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Música y silencios


La música siempre ha sido importante en mis labores. Todas las que son y que desempeño. He tenido música según la labor, según el libro que escribo, según la hora, según el estado de ánimo. En mi oficina de antes sabían muy bien que Cocorosie llegaba a mí en el grado máximo de estrés. Él sabía muy bien que a Beirut sólo podía escucharlos mientras escribía A ras de vuelo. Si en casa de mi suegro escucho a Brahms, recuerdo Abluciones y a mi madre. Sting me acompañó a viajes. Manhattan transfer hizo labores domésticas conmigo.
Desde que nació Cecilia, la música se ha silenciado un poco. Primero, porque cuando ella dormía yo quería el máximo silencio, el máximo tiempo libre para acometer mis faenas. Y ahora porque ella se ha adueñado de las palabras recién estrenadas, de los balbuceos, y de la programación de Baby TV, de donde ya aprendí canciones de los bubble guppies, de Dora la exploradora, de go-Diego-go, de las pistas de blue.
Y mientras ella duerme, entonces yo puedo sentirme mayor, dueña de mí y de mi música. Y puedo construir nuevas relaciones entre mi música de siempre o la recién llegada, y mis faenas de siempre y las recién llegadas.

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