Para que Ceci llegara a este planeta se requirieron muchos sí. Sucesivos, aislados. Todos conscientes, abrazados, llenos de un impulso incontenible hacia adelante.
Y ella parece esa suma de todos esos sí.
Observa la vida a detalle, compasiva de todo lo que existe en ella.
Acaricia como si el misterio del universo viniera a decirte que eres alguien significante en ese caos e inmensidad.
Agradece siempre, hasta por los pequeños esfuerzos, y aquellos otros que parecen fallidos, como los gatos y letras de colores que hoy intenté pegar en la puerta de la alacena deseándole feliz cumpleaños —no tenían la belleza que ella merece ni la eficacia que la ocasión ameritaba, pero ella me dijo “sé que te esforzaste y que lo hiciste con mucho amor”.
Sonríe por las mañanas, cuando se va a dormir, cuando tiene un logro o un yerro, cuando la vida parece adversa y cuando fluye simple o incluso resplandeciente, aunque esté cansada, aunque esté triste, sonríe tan fácilmente, tan luminosa, como una criatura en una tierra nueva.
Por las noches me enseña lo que yo nunca aprendí: por qué flotan los planetas, por qué no escapan de sus órbitas, qué hay debajo de nuestros pies y por qué no nos precipitamos en el vacío galáctico —también me ha enseñado que el vacío no es lo que pensamos como vacío—, me enseña sin hacerme sentir tonta, diciendo con su voz niña: “Es una buena pregunta y no tengo una respuesta segura, pero por lógica podemos pensar que…”
Ahora soy incapaz de repetir sus lecciones, su cúmulo de conocimientos, pero sé que el mundo me parece algo más habitable, y la vida más entrañable; que mi lugar en él es menos relevante de lo que creía y más significante de lo que pensaba.
Hoy cumple 11 años. Y, como ha sido desde antes de que naciera, sigo aprendiendo de ella.
"Inicia mi adolescencia", nos anunciaste. Y sí, aquí estás con toda ella: con sus preguntas, titubeos, con su riada sin presa alguna, con su belleza latiendo, sus risas incontenibles y sus lágrimas igual de irrefrenables. Llega con una letra bella y desprolija a la vez, con vocaciones más claras. Otro tono de voz, otro tono ante la vida. Más vulnerable quizá, pero más decidida a caminar. Más silenciosa e interna, y más vociferante en sus formas. Me emociona observarte, redescubrirte, tomar tu mano y decir: calma, no hay prisa; calma, nadie fuera de ti te enuncia y determina; calma, calma, hay tanto por descubrir, hay tanto tiempo por delante, tanto aprendizaje en el itinerario, tantos hallazgos y tesoros, aun aquellos disfrazados de ceniza o putrefacción. Calma. Que en tu corazón nadie hable más que tú. Que ante el espejo no hable nadie más que el amor con el que te creamos y trajimos al mundo. Que tu voz interior solo se hable a sí misma con la ternura y admiración con la...
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