Mariana de mi alma,
Desde que naciste me pregunté mucho qué sería de ti. Porque esa mirada profunda que parecía venir de otros mundos y otros tiempos, ese llanto intenso y que llenaba la habitación, o esa risa llena de luz y plenitud solo me llevaban a preguntar: ¿qué hará en esta vida? y sobre todo, ¿qué tengo que hacer yo, como su madre, para acompañarla?
Desde entonces siempre te he visto llegar a los linderos, ampliar los límites, llevarte a ellos o más allá de sus coordenadas. No como alguien que rompe, sino descubre; no como alguien que se precipita, sino explora. Una especie de cartógrafa del ser. Sin tibiezas ni inmovilismos.
Y pienso en lo afortunada que soy de conocer más allá de mis miras miopes gracias a ti, de ser empujada más allá de mis límites por ti. Siempre. Incluso hoy. Nada de medianías contigo, nada de apatía, de pasividad. Aunque sea yo una roca angulosa y pesada, crees en mí como un canto rodado.
Y pienso que tu misma búsqueda de expresión, sin límites claros entre un arte y otro, es parte de ese empujarte más allá, de empujarnos más allá. Porque a veces la palabra no es suficiente, el grito no es suficiente, la escritura no es suficiente, ni el cine, ni el collage en sí mismo, y todo está ahí, desplegádose, crujiendo en sus linderos para extenderse, rechinado sus ángulos y vértices para abrirse hasta donde sea posible.
Por eso una imagen no es suficiente así, fija, sola, sino que se corta para unirse a otra distante, ajena, y así dialoga, canta, danza, bulle, estalla.
No, no te conformas con los límites fijados por otros. Y tu vida fluye en ese amor y sabiduría, en los detalles, en los cuidados que tienes con quienes te rodeamos, así sea tu madre, o los animales, montañas, volcanes, mares, fuego, misterios, artes. Por eso no buscas que el mundo te comprenda, nunca lo has exigido, sino que te mueves en el mundo como si tú lo comprendieras en todos sus entresijos, desde sus claves cotidianas, hasta lo insonsable e invisible.
Y así esa mirada profunda, esa intensidad, esa luz potente y magnética hoy, a tus 28 años, se nos muestra en lo que haces, en tus leguajes, en tu creación. Pero también en tu amor, en las flores en tu casa, en tus libros elegidos, en los colores y en tus espacios, en Warhol y Matilde, en tus ventanas, en tu sazón, en el orden y equilibrio.
Gracias por compartirnos tu forma de vivir y tus razones, tu mirada y toda lo que se nos revela en ella, tu arte y la forma en que nos toca, tu plenitud rebosando tu vida y la de quienes te rodeamos. Gracias siempre, hija mía. No hay mejor forma de celebrar tu vida que agradeciéndola. Feliz cumpleaños. Te admiro y te amo desde siempre y por siempre.
"Inicia mi adolescencia", nos anunciaste. Y sí, aquí estás con toda ella: con sus preguntas, titubeos, con su riada sin presa alguna, con su belleza latiendo, sus risas incontenibles y sus lágrimas igual de irrefrenables. Llega con una letra bella y desprolija a la vez, con vocaciones más claras. Otro tono de voz, otro tono ante la vida. Más vulnerable quizá, pero más decidida a caminar. Más silenciosa e interna, y más vociferante en sus formas. Me emociona observarte, redescubrirte, tomar tu mano y decir: calma, no hay prisa; calma, nadie fuera de ti te enuncia y determina; calma, calma, hay tanto por descubrir, hay tanto tiempo por delante, tanto aprendizaje en el itinerario, tantos hallazgos y tesoros, aun aquellos disfrazados de ceniza o putrefacción. Calma. Que en tu corazón nadie hable más que tú. Que ante el espejo no hable nadie más que el amor con el que te creamos y trajimos al mundo. Que tu voz interior solo se hable a sí misma con la ternura y admiración con la...
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