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Gatos sin dueño

Cuando era niña y pensaba cómo sería mi vida apenas “cruzandito” el umbral del 2000, imaginaba cosas buenas. Como toda niña.

Imaginaba prados verdes, como los que veía alrededor del Río Yaqui (era lo más verde que conocía); tecnologías avanzadas como salía en los supersónicos; paz mundial.

Pero aunque cruzamos esos tres ceros con la prestancia de un tigre de bengala a través de aros de fuego, ahora nos hemos echado a la sombra, aburridos como un gato sin dueño.

Las calles no son elevadizas y siguen teniendo los mismos baches de la infancia (esos u otros, en eso sí se nota el paso del tiempo); la palabra “paz” ahora es un vocablo al que cínicamente se le añade la interjección “Ja”, y sólo es preocupación de las misses cuando concursan en belleza; y lo verde, pues es un buen tópico para el marketing.

Veo la tele, escucho la música, leo literatura joven, e invariablemente veo ese desencanto lleno de ironía, de humor, de rendición. Hasta parece frivolidad. Hasta parece que ya no hay esperanza. Hasta parece que no hay nada en qué creer, como ese gato que aburrido deja de creer que el dueño volverá, e incluso deja de importarle.

Y ese dueño quizá nunca existió. ¿Quién puede ser hoy ese líder que vuelva a convencer al gato flojo y convenenciero, que en realidad es un tigre libre, valiente, y el mero mero de una parte de la selva? Gandhi, Martín Luther King, Mandela, Walessa, Havel representan ya una constelación que brilla muy lejos del escenario actual.

Las estrellitas del momento son Bush Jr, Blair... Ellos, acostumbrados a cincelarse y lijarse según resultados de encuestas, se han de creer esculpidos a imagen y semejanza de la masa. El gato está en ese estado comodino y atontado por circunstancias históricas y sociológicas; y lo que menos necesita y lo que menos pide es un dueño igual de comodino y atontado.

El gato bosteza como ironía ante el cinismo e irresponsabilidad de los dueños. Los dueños creen que deben convertirse en esos productos bostezantes y cínicos.

Tal vez haya que recordar que hay unos vecinos más presentables que podrían querer más y respetar mejor al gato. Pasando el canal está ese señor Zapatero, que no tendrá la lucidez para convencernos que el gato es tigre, pero siempre será políticamente muy correcto para procurar que los gatos sean gatos con mayor dignidad. Y calle abajo, un señor al que dicen Lula, quien cree así de verdad-de-verdad, que el mundo sería más habitable si todos fueran pacíficos y templados gatos, y ya convence a los tigres que se conviertan en gatos.

Yo ya me encargaré de convencer a la niña esa que fui que no es tan importante que no haya calles elevadizas; y que la paz, por desgracia, depende de muchos más factores que una cifra con tres ceros.

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