Hay un código que tengo perdido desde que era niña. De tenerlo, sería otra clase de persona.
Cuando estaba en el Kinder, una vez entré a la capilla antes de llegar al salón. Me arrodillé por media hora con mi mente en blanco. Fui sacada de mi contemplación por un largo jalón de orejas. Y nunca entendí por qué si la escuela tenía una capilla, no debía visitarse; nunca entendí por qué si Dios estaba por encima de todas las cosas, la maestra estaba por encima de Dios.
Después, en preescolar, mientras hacía fila para ser calificada, veía las planas de otros niños: Chuecas y fuera de renglón. Las mías, con sus bolitas redondas y perfectamente alineadas. Los demás niños se llevaban la felicitación y la estrella de la maestra. Yo sólo un R de revisado. Y nunca entendí por qué si hacía bien las cosas, no merecía una felicitación o una estrella qué ostentar en mi frente.
En cada cumpleaños iba mi prima favorita a casa. Llegaba con dos regalos. El mejor atraía mi vista. El mejor atraía sus brazos. El peor me era entregado sin papel de regalo. El peor era mi regalo. Y no entendía por qué debía sonreír y dar las gracias, y por qué ella debía tener el mejor regalo si no era su cumpleaños.
Siempre fue así.
A veces quisiera ser diferente. Quisiera ser mejor esa niña que en lugar de ir a la capilla, se queda en una sombra del patio, ideando maldades e insidias contra los demás.
Quisiera ser una niña perezosa que hace las cosas a medias, y ríe con cinismo cuando recibe una estrella sabiendo que no lo merece.
Quisiera poder escupir a la cara cuando se quedan con el mejor regalo y me dan lo peor.
Quisiera ser alguien que no entiende nunca, para no sonreír cuando me dan la espalda, para no agradecer regalos menores, para no tolerar cuando no me dan lo que me corresponde.
Quisiera no acceder a los regateos. Quisiera no regatear.
Quisiera no ser tan perfecta para que nunca más vuelvan a decirme que no están listos para mi perfección. Quisiera no tratar de ser perfecta para nunca más decir que no hay nadie al nivel de mi perfección.
A veces quisiera morder la mano antes de que me retire su apoyo. A veces quisiera vaciar mis manos para que nunca más ofrezcan nada.
A veces quisiera ser incapaz de entregarme para que siempre hubiera hambrientos y sedientos a mi lado esperando. A veces quisiera ser incapaz de condolerme de los sedientos y hambrientos que huelen mis manos en busca de pan o agua.
A veces quisiera morder mi lengua e insultar, antes de bendecir y decir te amo. A veces quisiera que alguien me bendijera y me dijera te amo. Quisiera saber qué significa te amo.
A veces quisiera merecer y recibir. A veces quisiera no merecer para que se justificara el no recibir.
A veces quisiera ser una monja en Calcuta que ama a quien sabe que morirá, sin esperar nada al siguiente día, y sin recordar el amor que amainó fiebres y abrevió la agonía. Porque nadie extraña a un moribundo. Y ningún moribundo se asusta del amor de una monja que le asiste en su muerte.
Quisiera saber qué significa dos pasos atrás. Quisiera que dos pasos atrás significara nuevamente estar ahí, encerrada en mí misma, en mi movimiento pendular; como una niña agorafóbica. No salir nunca. No arriesgar nunca. No entregar nunca. No esperar nunca. No sufrir nunca. No amar nunca. No decir nada, no merecer nada, no tener que recordar nada.
Cuando estaba en el Kinder, una vez entré a la capilla antes de llegar al salón. Me arrodillé por media hora con mi mente en blanco. Fui sacada de mi contemplación por un largo jalón de orejas. Y nunca entendí por qué si la escuela tenía una capilla, no debía visitarse; nunca entendí por qué si Dios estaba por encima de todas las cosas, la maestra estaba por encima de Dios.
Después, en preescolar, mientras hacía fila para ser calificada, veía las planas de otros niños: Chuecas y fuera de renglón. Las mías, con sus bolitas redondas y perfectamente alineadas. Los demás niños se llevaban la felicitación y la estrella de la maestra. Yo sólo un R de revisado. Y nunca entendí por qué si hacía bien las cosas, no merecía una felicitación o una estrella qué ostentar en mi frente.
En cada cumpleaños iba mi prima favorita a casa. Llegaba con dos regalos. El mejor atraía mi vista. El mejor atraía sus brazos. El peor me era entregado sin papel de regalo. El peor era mi regalo. Y no entendía por qué debía sonreír y dar las gracias, y por qué ella debía tener el mejor regalo si no era su cumpleaños.
Siempre fue así.
A veces quisiera ser diferente. Quisiera ser mejor esa niña que en lugar de ir a la capilla, se queda en una sombra del patio, ideando maldades e insidias contra los demás.
Quisiera ser una niña perezosa que hace las cosas a medias, y ríe con cinismo cuando recibe una estrella sabiendo que no lo merece.
Quisiera poder escupir a la cara cuando se quedan con el mejor regalo y me dan lo peor.
Quisiera ser alguien que no entiende nunca, para no sonreír cuando me dan la espalda, para no agradecer regalos menores, para no tolerar cuando no me dan lo que me corresponde.
Quisiera no acceder a los regateos. Quisiera no regatear.
Quisiera no ser tan perfecta para que nunca más vuelvan a decirme que no están listos para mi perfección. Quisiera no tratar de ser perfecta para nunca más decir que no hay nadie al nivel de mi perfección.
A veces quisiera morder la mano antes de que me retire su apoyo. A veces quisiera vaciar mis manos para que nunca más ofrezcan nada.
A veces quisiera ser incapaz de entregarme para que siempre hubiera hambrientos y sedientos a mi lado esperando. A veces quisiera ser incapaz de condolerme de los sedientos y hambrientos que huelen mis manos en busca de pan o agua.
A veces quisiera morder mi lengua e insultar, antes de bendecir y decir te amo. A veces quisiera que alguien me bendijera y me dijera te amo. Quisiera saber qué significa te amo.
A veces quisiera merecer y recibir. A veces quisiera no merecer para que se justificara el no recibir.
A veces quisiera ser una monja en Calcuta que ama a quien sabe que morirá, sin esperar nada al siguiente día, y sin recordar el amor que amainó fiebres y abrevió la agonía. Porque nadie extraña a un moribundo. Y ningún moribundo se asusta del amor de una monja que le asiste en su muerte.
Quisiera saber qué significa dos pasos atrás. Quisiera que dos pasos atrás significara nuevamente estar ahí, encerrada en mí misma, en mi movimiento pendular; como una niña agorafóbica. No salir nunca. No arriesgar nunca. No entregar nunca. No esperar nunca. No sufrir nunca. No amar nunca. No decir nada, no merecer nada, no tener que recordar nada.
Comentarios
Me gustarian los dos ultimos de Sting te lo agradeceria en el alma y plis informame a donde mando los blanquitos.
Buena y linda tarde pases. Ah!! y Gracias por pasar a mi hogar.
Claro que sigo leyéndote. No entiendo todavía lo de la MEMENTO?????
Te deseo en este inicio de año que goces de salud, que de lo demás,cada quien se esfuerza por conseguirlo. Un abrazo fuerte!
Un abrazo para ti, Coyote.