Ahora entiendo a los discapacitados. Conducirse en un mundo donde nada está hecho para manejarse con autosuficiencia. Yo tengo una suerte de discapacidad social llamada “vivir sola”.
Siga el siguiente diálogo, a raíz de una cirugía que me realicé recientemente.
—¿Quién viene con usted?
— Eh, nadie.
—¿Cómo que nadie?
— Pues no. ¿Necesito a alguien?
— A ver, vayamos haciendo esto. Nombre... edad... estado civil...
(Pienso: ¿Digo divorciada o soltera?)
—¿Estado civil?
— Eh... soltera.
—¿A quién hace responsable?
—¿Responsable? ¿de qué?
— Alguien, que no sea usted, debe firmar como responsable de usted.
(¿La doctora, qué no?)
— Dígame el nombre y teléfono de alguien que se haga responsable. Aunque no venga con usted.
— El nombre de mi cuñada: Rossy B, tel. x.
—¿Su cuñada, dijo?
— Sí, mi cuñada.
—¿Qué hago con sus pertenencias?
—¿No puedo pasar con ellas?
—¿A Quirófano? No.
—¿Me las podrías cuidar tú?
— Sí. ¿En ningún momento vendrá algún familiar?
— Sí, vendrán por mí.
— Bien, un camillero vendrá por usted para conducirla.
Llega el camillero. Parece un ángel étnico que viene por mí para conducirme por ese frío y laberíntico túnel al más allá.
— Soy B, y mi deber es conducirla. ¿Quién viene con usted?
— Vine sola.
—¿Sola?
— A ver, ¿necesito a alguien para algo?
— Pues para vestirse con la bata clínica.
(Pan comido, ¿qué tan difícil puede ser? Entro a los vestidores. Cierro con llave. Me desvisto, me coloco fácilmente la bata con la abertura atrás, tal como me instruyeron, y trato de atarme los lazos en la espalda, confiando en mi elasticidad. Con lo que no cuento es con la falta de ojos en la espalda. Cuando ataba dos lazos, desataba otro; mi espalda era una ristra de lazos sin correspondencia ni orden. Con orgullo herido y encabritado, salí del vestidor, deteniendo mi bata con las manos, esperando no encontrarme con el camillero conductor. Ups, ahí estaba él, como todo buen ángel, o como todo buen conductor).
— Sígame. Le asignaré cama, y le presentaré con la enfermera que estará a su cargo.
— Buen día, soy Mercedes, y la acompañaré durante toda su estancia en este Hospital.
(Me cae bien esta Mercedes... hasta que pregunta...)
—¿Quién viene con usted?
— Nadie, pero en un momento llegará alguien por mí.
(Pienso ilusamente que esto evitará más preguntas e inquietudes).
— Uuuhh....
—¿Algún problema? ¿Necesito a alguien? ¿Para qué?
— Necesito los estudios que le han realizado recientemente en relación a la cirugía. Y usted necesita que alguien esté al pendiente.
(¿Segura que "Yo necesito"?)
— Vendrá mi cuñada, más tarde.
—¿Su cuñada?
— Sí, mi cuñada.
(Estoy acostada, y Mercedes se aplica a pincharme las venas para canalizarme el suero. Noto que aunque trata de ser agradable con la conversación, picotea dolorosamente mis venas).
— No encuentro vena buena. Tiene las venas muy tortuosas.
(Tortuosa... La palabra me irrita, ¿es algo personal?, me pregunto ya a la defensiva).
— En su expediente dice que es madre de una niña.
— Sí.
—¿Qué edad?
— Nueve años.
— Y ya están preparando el siguiente, ¿no?
— No.
—¿No...? ¿No se le antoja otro? ¿La parejita...?
— Soy divorciada. No veo esa posibilidad.
(Sonroja).
— Perdone. No quise ser indiscreta.
— No se preocupe, Mercedes.
— Tarda demasiado su cuñada.
— Ya llegará.
(Ella sigue luchando por enderezar mis venas. Abandono mi mirada en el techo y la lámpara. En la desnudez indefensa debajo de esa bata horrible que me hace sentir más desnuda. No pienso en el nadie de mi vida. Pienso en ella. En mi madre, que no está junto a mí para tomar mi mano. Pienso en ella, cuando estuvo más desnuda debajo de la bata horrible de hospital. Pienso en su enfermedad. Pienso en su muerte. Pienso en su dolor. Pienso en su amor de madre. No quiero llorar. Me da vergüenza. Llegará mi cuñada. Me verá Mercedes).
— Ay, no, chiquita, no llore. Perdone si fui indiscreta.
(¿Cómo explicar que no tiene nada qué ver con el divorcio, que soy una divorciada orgullosa y ejemplar, que mi ex es un buen amigo, y hacemos muy buen equipo como padres, y que... ¡Aleluya! Llega mi cuñada, y sólo de escuchar su voz desaparece esa horrorosa lámpara en el techo, y mi bata humillante se convierte en la pijama más suave y tibia que pueda usarse en cualquier invierno. En mi mente le digo: Gracias, Rossy; con tu llegada se han disipado mis sombras, y lo más importante: ¡he dejado de ser la discapacitada social que fui momentáneamente!).
Siga el siguiente diálogo, a raíz de una cirugía que me realicé recientemente.
—¿Quién viene con usted?
— Eh, nadie.
—¿Cómo que nadie?
— Pues no. ¿Necesito a alguien?
— A ver, vayamos haciendo esto. Nombre... edad... estado civil...
(Pienso: ¿Digo divorciada o soltera?)
—¿Estado civil?
— Eh... soltera.
—¿A quién hace responsable?
—¿Responsable? ¿de qué?
— Alguien, que no sea usted, debe firmar como responsable de usted.
(¿La doctora, qué no?)
— Dígame el nombre y teléfono de alguien que se haga responsable. Aunque no venga con usted.
— El nombre de mi cuñada: Rossy B, tel. x.
—¿Su cuñada, dijo?
— Sí, mi cuñada.
—¿Qué hago con sus pertenencias?
—¿No puedo pasar con ellas?
—¿A Quirófano? No.
—¿Me las podrías cuidar tú?
— Sí. ¿En ningún momento vendrá algún familiar?
— Sí, vendrán por mí.
— Bien, un camillero vendrá por usted para conducirla.
Llega el camillero. Parece un ángel étnico que viene por mí para conducirme por ese frío y laberíntico túnel al más allá.
— Soy B, y mi deber es conducirla. ¿Quién viene con usted?
— Vine sola.
—¿Sola?
— A ver, ¿necesito a alguien para algo?
— Pues para vestirse con la bata clínica.
(Pan comido, ¿qué tan difícil puede ser? Entro a los vestidores. Cierro con llave. Me desvisto, me coloco fácilmente la bata con la abertura atrás, tal como me instruyeron, y trato de atarme los lazos en la espalda, confiando en mi elasticidad. Con lo que no cuento es con la falta de ojos en la espalda. Cuando ataba dos lazos, desataba otro; mi espalda era una ristra de lazos sin correspondencia ni orden. Con orgullo herido y encabritado, salí del vestidor, deteniendo mi bata con las manos, esperando no encontrarme con el camillero conductor. Ups, ahí estaba él, como todo buen ángel, o como todo buen conductor).
— Sígame. Le asignaré cama, y le presentaré con la enfermera que estará a su cargo.
— Buen día, soy Mercedes, y la acompañaré durante toda su estancia en este Hospital.
(Me cae bien esta Mercedes... hasta que pregunta...)
—¿Quién viene con usted?
— Nadie, pero en un momento llegará alguien por mí.
(Pienso ilusamente que esto evitará más preguntas e inquietudes).
— Uuuhh....
—¿Algún problema? ¿Necesito a alguien? ¿Para qué?
— Necesito los estudios que le han realizado recientemente en relación a la cirugía. Y usted necesita que alguien esté al pendiente.
(¿Segura que "Yo necesito"?)
— Vendrá mi cuñada, más tarde.
—¿Su cuñada?
— Sí, mi cuñada.
(Estoy acostada, y Mercedes se aplica a pincharme las venas para canalizarme el suero. Noto que aunque trata de ser agradable con la conversación, picotea dolorosamente mis venas).
— No encuentro vena buena. Tiene las venas muy tortuosas.
(Tortuosa... La palabra me irrita, ¿es algo personal?, me pregunto ya a la defensiva).
— En su expediente dice que es madre de una niña.
— Sí.
—¿Qué edad?
— Nueve años.
— Y ya están preparando el siguiente, ¿no?
— No.
—¿No...? ¿No se le antoja otro? ¿La parejita...?
— Soy divorciada. No veo esa posibilidad.
(Sonroja).
— Perdone. No quise ser indiscreta.
— No se preocupe, Mercedes.
— Tarda demasiado su cuñada.
— Ya llegará.
(Ella sigue luchando por enderezar mis venas. Abandono mi mirada en el techo y la lámpara. En la desnudez indefensa debajo de esa bata horrible que me hace sentir más desnuda. No pienso en el nadie de mi vida. Pienso en ella. En mi madre, que no está junto a mí para tomar mi mano. Pienso en ella, cuando estuvo más desnuda debajo de la bata horrible de hospital. Pienso en su enfermedad. Pienso en su muerte. Pienso en su dolor. Pienso en su amor de madre. No quiero llorar. Me da vergüenza. Llegará mi cuñada. Me verá Mercedes).
— Ay, no, chiquita, no llore. Perdone si fui indiscreta.
(¿Cómo explicar que no tiene nada qué ver con el divorcio, que soy una divorciada orgullosa y ejemplar, que mi ex es un buen amigo, y hacemos muy buen equipo como padres, y que... ¡Aleluya! Llega mi cuñada, y sólo de escuchar su voz desaparece esa horrorosa lámpara en el techo, y mi bata humillante se convierte en la pijama más suave y tibia que pueda usarse en cualquier invierno. En mi mente le digo: Gracias, Rossy; con tu llegada se han disipado mis sombras, y lo más importante: ¡he dejado de ser la discapacitada social que fui momentáneamente!).
Comentarios
Ya se que ni nos conocemos fisicamente, pero por este medio hemos intercambiado mensajitos amigables.
Asi que si no lo sabias cuentas con algunas amistades que podriamos ayudarte o tenderte la mano si lo necesitas.
Para eso estamos que no?
Tal vez algun dia yo te ocupe para que me alcanzes la ranitidina.
Abrazo.