Una semana en casa. Días de punta a cabo en ese espacio que he ido trazando. Mi espacio.
Me sentaba en la sala. Y veía por la ventana esa luz tibia, pudorosa y juguetona que se cierne por los árboles en la mañana. Y escuchaba ese silencio de niños y ese silencio de mujeres trajinando dentro de sus casas.
En ese silencio sólo irrumpía un coro de voces que advierte que no es desolación, sino faena, empeño, labor. Es el llamado de los vendedores, aliados de esa gran industria que generan las amas de casa: tortilleros, aguadores, jardineros, aboneros, verduleros, panaderos...
La entraña de mi casa también se iba llenando del sonido del agua, las ollas, el cristal de la vajilla; se iba ensanchando en sus aromas de limpieza, lavanda, agua, mentas; aromas de comida, que inician frescos e individuales, y acaban en olores concentrados y unidos en un solo platillo.
De cuánto me pierdo cuando no estoy en casa. De la luz juguetona que se vuelve nostálgica en la tarde ocre; la noche que llega con ese luctuoso manto pardo; de los olores a comida y a limpieza que se van disolviendo en el aroma de nosotras, quienes ahí vivimos; de la calle que vuelve a llenarse del bullicio de niños y perros que juntos juegan, y de las madres que gritan saludos a las vecinas y regaños a sus hijos.
Cuando estoy todo el día en casa, las noches llegan no como emisarias lúgubres de un tiempo que no se detiene, sino como mis cómplices, como un mullido cobijo que me abraza junto a mi hija, como una canción de cuna que escucho completa, y no sólo en su final.
Me sentaba en la sala. Y veía por la ventana esa luz tibia, pudorosa y juguetona que se cierne por los árboles en la mañana. Y escuchaba ese silencio de niños y ese silencio de mujeres trajinando dentro de sus casas.
En ese silencio sólo irrumpía un coro de voces que advierte que no es desolación, sino faena, empeño, labor. Es el llamado de los vendedores, aliados de esa gran industria que generan las amas de casa: tortilleros, aguadores, jardineros, aboneros, verduleros, panaderos...
La entraña de mi casa también se iba llenando del sonido del agua, las ollas, el cristal de la vajilla; se iba ensanchando en sus aromas de limpieza, lavanda, agua, mentas; aromas de comida, que inician frescos e individuales, y acaban en olores concentrados y unidos en un solo platillo.
De cuánto me pierdo cuando no estoy en casa. De la luz juguetona que se vuelve nostálgica en la tarde ocre; la noche que llega con ese luctuoso manto pardo; de los olores a comida y a limpieza que se van disolviendo en el aroma de nosotras, quienes ahí vivimos; de la calle que vuelve a llenarse del bullicio de niños y perros que juntos juegan, y de las madres que gritan saludos a las vecinas y regaños a sus hijos.
Cuando estoy todo el día en casa, las noches llegan no como emisarias lúgubres de un tiempo que no se detiene, sino como mis cómplices, como un mullido cobijo que me abraza junto a mi hija, como una canción de cuna que escucho completa, y no sólo en su final.
Comentarios
Me a gustado mucho lo que has puesto en este blog, perdon si antes no lo avia leido, pero es porque casi no tengo tiempo de meterme a ninguna página de internet.
Te prometo que de haora en aldelante voy a leer tu blog siempre que tenga tiempo y ayas agregado algo y cada vez que lo lea te voy a mandar un comentario, me gusta todas las historias que has puesto, estan muy chistosas jajajajaja.
Con amor tu hijita preciosa,
linda, traviesa y talentosa,
te cuidas. (Mariana)