Me recogió en el aeropuerto. Hace un año no nos vemos ni sabemos uno del otro, pero nos saludamos como si siempre.
"Hace un año no nos vemos y mi vida está en el mismo punto", me dice, "tú en un año te ibas a casar, vas a publicar dos libros más, y yo sigo igual". Le digo que a veces uno parece que avanza mucho, pero finalmente acaba en el mismo punto: Siempre no me voy a casar, tengo un nuevo libro por escribir y ni puta idea si lo lograré.
El Pájaro siempre habla como con aforismos, como un gurú oriental que predica en el Zócalo. Un egresado de los jesuitas que no es tan de derechas ni tan de izquierdas. Parece que pasa de todo, y no pasa de nada. Da noticias, da datos, da impresiones. Es profundo, intuitivo, entrañable y al mismo tiempo cómico, cabroncete, frívolo. Camina como un príncipe. Viste como un rockero pijo y consagrado. Ríe como un chaval de 17 años. Compone hits del momento que uno no deja de tararear, pero es un indie underground.
El Pájaro es el espíritu de la FIL, el espíritu de Almuzara. Pájaro muchacho, boca seca. Compañero de tardes. De noches de conversaciones que no van a ningún lado. De palabras que se estorban y que se sobreentienden. De pisotones por debajo de la mesa. De risas que nadie entiende.
¿Te acuerdas del Pájaro?, le pregunto a Jaime. Puede olvidar a todos, pero me responde: Claro, El Pájaro.
¿Y de dónde El Pájaro? Amigo de Ruth.
Claro, Ruth: next post.
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