Desde el año pasado me di cuenta en la FIL. Mientras los demás editores caminaban con la nariz displiscente, mientras vestían de negro sobre alfombras rojas imaginarias, mientras se comportaban como capos de una mafia decadente, mis editores de Almuzara no paraban de reir.
Bailaban flamenco en los cocteles tiesos que las grandes editoriales organizaban, contaban chistes, nos protegían a sus autores en un ambiente familiar, relajado, irreverente.
Son jóvenes que aman los libros. Multidisciplinares. Multitasking. Gente educada. Gente dulce con ganas de comerse el mundo editorial a pequeñas pero contundentes mordidas.
Este año no fue la excepción. Antonio, amante de los caballos, ahora sólo tuvo dos temas: su pequeño hijo y el crecimiento al 600% de Almuzara. José Manuel ya no traía el chiste del bocaseca sino del hombremuchacho.
Ruth, la directora en México, nos llevó a las mejores cantinas, a los mejores restaurantes, a la mejor oficina que Almuzara puede tener en México, me dio un abrazo muy cariñoso al despedirse.
Y estando con ellos, protegiéndome -como lo hacen- como SU autora, me digo que soy privilegiada de tener tales editores: gente que habla de sus familias, que ríe, que deja a un lado poses y cánones, que hablan del nuevo sistema para encuadernar sin que se deshojen los libros; que se acerca a la literatura como una pasión, como una artesanía, como un vasto camino por explorar. Y en él voy yo.
Bailaban flamenco en los cocteles tiesos que las grandes editoriales organizaban, contaban chistes, nos protegían a sus autores en un ambiente familiar, relajado, irreverente.
Son jóvenes que aman los libros. Multidisciplinares. Multitasking. Gente educada. Gente dulce con ganas de comerse el mundo editorial a pequeñas pero contundentes mordidas.
Este año no fue la excepción. Antonio, amante de los caballos, ahora sólo tuvo dos temas: su pequeño hijo y el crecimiento al 600% de Almuzara. José Manuel ya no traía el chiste del bocaseca sino del hombremuchacho.
Ruth, la directora en México, nos llevó a las mejores cantinas, a los mejores restaurantes, a la mejor oficina que Almuzara puede tener en México, me dio un abrazo muy cariñoso al despedirse.
Y estando con ellos, protegiéndome -como lo hacen- como SU autora, me digo que soy privilegiada de tener tales editores: gente que habla de sus familias, que ríe, que deja a un lado poses y cánones, que hablan del nuevo sistema para encuadernar sin que se deshojen los libros; que se acerca a la literatura como una pasión, como una artesanía, como un vasto camino por explorar. Y en él voy yo.
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