
Aunque no me la ha solicitado, le debo una explicación. Sé que en semanas pasadas, mientras mi hija estuvo de vacaciones con sus primos, me comprometí a escribir a razón de 6-8 páginas por día. Usted no supo; es más, yo ni siquiera sé quién es usted después de que la güera se nos fue… Pero bueno, siendo yo una persona formal, y teniendo un contrato con su editorial, pues le pasó a explicar por qué me fue imposible cumplir.
Antes que nada debo aclarar: no soy una mujer típica, ni tampoco frágil, ni de esas damiselas que saltan a las sillas cuando ven un ratón.
Pero vi una rata. En mi casa. Sí. Me dicen que todo mundo ha tenido ratones en su casa. Pero yo nunca había tenido uno.
Y no sé si esas personas (que se jactan de haber tenido ratones y convivir con ellos, si no amistosamente por lo menos con indiferencia) han tenido ratas como éstas que se metieron a mi casa (cómo se metieron es tema largo que requiere ademanes de mi parte, así que dejo pendiente esta charla cuando lo pueda ver personalmente).
¿Que si cómo eran estas ratas intrusas en mi casa? Pues muy torpes al principio, estimado editor. Como que no conocían bien mi territorio, entonces corrían cerca de mis pies, se metían debajo de los sillones o de mi cama y escapaban dando tumbos las muy gordas. Luego se echaban clavados entre mis revisteros (imagínese usted, ¡mi colección de la revista Vuelta!), mordisqueaban la madera de mis revisteros y cajas, se metían en mi vestidor y dejaban rastros de orines y… También se asomaban a la casita de Rabito y mi pobre Schnauzer, como no es pequinés, se quedaba paralizado, silencioso (yo digo que del susto hasta está empachado).
Luego poco a poco estas ratas se fueron haciendo más astutas, casi invisibles, más dueñas de mi casa. Pero ha de imaginar que es terrible ver un mango mordido en mi frutero o residuos fecales en mi vestidor, escuchar ruidos por las noches (dormía con mis enemigas debajo de mi cama, puedo jurarlo), o encontrar a Rabito con el espinazo arqueado en alerta, con sus ojos asustados y las cejas paradas, sin apetito y sin alegría; y no ver a las sujetas que estaban provocando todo ese desmán.
Yo vivía esos días en la zozobra. ¿Cómo cree usted que podría pensar en Daniel y su regreso de la escuela de aviación? ¿De los celos que despertó su regreso entre los tíos? ¿Cómo cree que podría escribir el primer vuelo de Daniel? ¿El reencuentro entre él y Agnes? Yo sólo pensaba en cómo demonios deshacerme de esos animales.
Todo mundo me daba consejos. Llegué a tener en mi casa a 5 hombres buscando ratas para matarlas (lograron matar una). Todo mundo me decía que no era normal que temiera tanto a los animalejos esos, tan lindos. Otros me decían que aguas, que los ratones son los animales más inteligentes: que avisa a los demás sobre los planes de asesinato, que nos vigilan, que detectan nuestra frecuencia mental (aunque a estas alturas la mía ya era esporádica e inestable mental), que se adueñan del espacio (¡mi casa!).
Matar una a una a esas intrusas fue una experiencia peor que padecerlas en casa. Pero mi casa está libre de ratas, está llena de ahuyentadores conectados a la electricidad (lo siento si contribuyen al calentamiento global), mi hija regresó y tiene una casa limpia y segura, Rabito recuperó su feliz coleteo y su apetito.
Volvemos a ser una familia feliz. Y sí, querido editor, retomé la novela. Y sí, queridos lectores, retomé mi blog.
Ruego su comprensión.
Antes que nada debo aclarar: no soy una mujer típica, ni tampoco frágil, ni de esas damiselas que saltan a las sillas cuando ven un ratón.
Pero vi una rata. En mi casa. Sí. Me dicen que todo mundo ha tenido ratones en su casa. Pero yo nunca había tenido uno.
Y no sé si esas personas (que se jactan de haber tenido ratones y convivir con ellos, si no amistosamente por lo menos con indiferencia) han tenido ratas como éstas que se metieron a mi casa (cómo se metieron es tema largo que requiere ademanes de mi parte, así que dejo pendiente esta charla cuando lo pueda ver personalmente).
¿Que si cómo eran estas ratas intrusas en mi casa? Pues muy torpes al principio, estimado editor. Como que no conocían bien mi territorio, entonces corrían cerca de mis pies, se metían debajo de los sillones o de mi cama y escapaban dando tumbos las muy gordas. Luego se echaban clavados entre mis revisteros (imagínese usted, ¡mi colección de la revista Vuelta!), mordisqueaban la madera de mis revisteros y cajas, se metían en mi vestidor y dejaban rastros de orines y… También se asomaban a la casita de Rabito y mi pobre Schnauzer, como no es pequinés, se quedaba paralizado, silencioso (yo digo que del susto hasta está empachado).
Luego poco a poco estas ratas se fueron haciendo más astutas, casi invisibles, más dueñas de mi casa. Pero ha de imaginar que es terrible ver un mango mordido en mi frutero o residuos fecales en mi vestidor, escuchar ruidos por las noches (dormía con mis enemigas debajo de mi cama, puedo jurarlo), o encontrar a Rabito con el espinazo arqueado en alerta, con sus ojos asustados y las cejas paradas, sin apetito y sin alegría; y no ver a las sujetas que estaban provocando todo ese desmán.
Yo vivía esos días en la zozobra. ¿Cómo cree usted que podría pensar en Daniel y su regreso de la escuela de aviación? ¿De los celos que despertó su regreso entre los tíos? ¿Cómo cree que podría escribir el primer vuelo de Daniel? ¿El reencuentro entre él y Agnes? Yo sólo pensaba en cómo demonios deshacerme de esos animales.
Todo mundo me daba consejos. Llegué a tener en mi casa a 5 hombres buscando ratas para matarlas (lograron matar una). Todo mundo me decía que no era normal que temiera tanto a los animalejos esos, tan lindos. Otros me decían que aguas, que los ratones son los animales más inteligentes: que avisa a los demás sobre los planes de asesinato, que nos vigilan, que detectan nuestra frecuencia mental (aunque a estas alturas la mía ya era esporádica e inestable mental), que se adueñan del espacio (¡mi casa!).
Matar una a una a esas intrusas fue una experiencia peor que padecerlas en casa. Pero mi casa está libre de ratas, está llena de ahuyentadores conectados a la electricidad (lo siento si contribuyen al calentamiento global), mi hija regresó y tiene una casa limpia y segura, Rabito recuperó su feliz coleteo y su apetito.
Volvemos a ser una familia feliz. Y sí, querido editor, retomé la novela. Y sí, queridos lectores, retomé mi blog.
Ruego su comprensión.
Comentarios
Yo sé que el verano es la época en que las ratas abandonan las alcantarillas para vacacionar en nuestras casas, así que estaré atenta. Las pastillitas azules y las trampas de pegamento es lo que mejor me ha funcionado, ah...y alguien dispuesto a agarrarlas a golpes para acelerar el proceso.
Qué bien que todo ha vuelto a la normalidad.
me recomendaron, te paso el tip, unos ahuyentadores: son unos aparatejos que emiten un sonido y se te van cucarachas, ratas, arañas. cuestan cerca de 150 pesos en el costco, y vienen 4.
gracias, maradentro por leerme :-)
Me hiciste pensar en un cuento de Amparo Dávila, y Amparo en sus cuentos siempre es medio creepy así que no es TAN bueno que yo recordara eso.
En fin, espero la cacería de bru... digo, de ratas continúe con éxito.
p.s. si las ratas volaran ya tendrías más material para tu novela.
p.s. aunque pensándolo biensi las ratas volaran serían murciélagos y eso sí sería una catástrofe...
un abrazo
pero sí, syl, ya: por fin, mi casa está limpia. y los únicos sonidos extraños recientemente han sido los martillazos de mi vecino a las 6 am.
a propósito, ¿cómo pueden recomendarte como buen método de combate los escobazos?
Saludos peludos!
:-)