
En una ocasión estábamos mis amigos Jorge y Eric tomándonos unos tequilas en una terraza. Hablábamos de cómo queríamos nuestra vida en 20 años más. Primero me preguntaron a mí, y luego pregunté a ambos, esperando que respondieran a turnos, pero lo hicieron a unísono: Quiero vivir como don Alberto.
Se referían a Alberto Herrera, fotógrafo, publicista y mentor de mucha gente, entre las que me sumo.
Conocí a don Alberto en el 89. La primera vez que pedí trabajo, primera vez que me remuneraron. La primera vez que edité una revista e hice relaciones públicas para una galería de arte y una asociación de artistas plásticos.
Algo vio en mí don Alberto. Algo que yo no hubiera visto en una muchacha introvertida, agorafóbica, callada, que no reflejaba emociones. Despidió a la persona que habían contratado y quedé con el empleo.
Don Alberto me ayudó a salir de mi ensimismamiento para fines laborales. Me enseñó a trabajar como algo placentero. Me demostró que podían pagarme por pensar y escribir. Me dio el ejemplo de que el artista puede ser productivo y eficiente. Me hizo valorar el placer de vivir bien, de mantener siempre una mente joven, de apasionarme por la gente.
Hay más personas que me han respondido como Jorge y Eric. Yo misma cada vez lo tengo más claro: esa biblioteca exquisita que él tenía, su sala llena de arte, su gusto por la cocina y los viajes, la calidez ante los demás.
El ideal de vida es el de don Alberto. Y lo recuerdo justo en los días en que tengo tanto trabajo y en los que él hubiera cumplido años.
Se referían a Alberto Herrera, fotógrafo, publicista y mentor de mucha gente, entre las que me sumo.
Conocí a don Alberto en el 89. La primera vez que pedí trabajo, primera vez que me remuneraron. La primera vez que edité una revista e hice relaciones públicas para una galería de arte y una asociación de artistas plásticos.
Algo vio en mí don Alberto. Algo que yo no hubiera visto en una muchacha introvertida, agorafóbica, callada, que no reflejaba emociones. Despidió a la persona que habían contratado y quedé con el empleo.
Don Alberto me ayudó a salir de mi ensimismamiento para fines laborales. Me enseñó a trabajar como algo placentero. Me demostró que podían pagarme por pensar y escribir. Me dio el ejemplo de que el artista puede ser productivo y eficiente. Me hizo valorar el placer de vivir bien, de mantener siempre una mente joven, de apasionarme por la gente.
Hay más personas que me han respondido como Jorge y Eric. Yo misma cada vez lo tengo más claro: esa biblioteca exquisita que él tenía, su sala llena de arte, su gusto por la cocina y los viajes, la calidez ante los demás.
El ideal de vida es el de don Alberto. Y lo recuerdo justo en los días en que tengo tanto trabajo y en los que él hubiera cumplido años.
Comentarios
Es esa senscación tranquila que se tiene... cómo cuando ves las historietas de Liniers.