
Me acompañaste en el corre corre de desentrañar cajas, cerrar y abrir casas, saltar del desierto al bosque, imaginar espacios inéditos, combinar lo mío y lo suyo.
Me recordaste la prevalencia de la disciplina. El feliz abandono una vez superado el umbral del esfuerzo. Me recordaste lo extraordinario de la normalidad y el recogimiento.
Ya tengo ventanas delante de mi computadora, por las que pasa la lluvia, el viento, el sol, los perros, la hojarasca que tintinea húmeda y verde.
Sí, faltan el corcho, el escritorio definitivo, los fetiches. Pero adentro ya están ellos: los personajes, sus historias, su red de encuentros y desencuentros.
Luego de leer De qué hablo cuando hablo de correr de Haruki Murakami en Tusquets
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