Todos los días pienso en ella. Todos los días la veo y algo más se añade en mi perspectiva de su mundo. Todos los días pienso en cada uno de los caminos y lenguajes para percibirla y hacer que la perciban. Todos, pero todos los días pienso en sus cigarros y sus libretas. En su trabajo para blindarse de la realidad. Y quisiera poder emprender esa perspectiva, esos caminos, esos lenguajes; emprender la escritura, aunque sea para blindarme de la realidad. Pero si la realidad no tiene nada que pedirle a la ficción, si mis días están tan llenos que no merecen dedicar una hora o dos a otra realidad, no sé cómo, simplemente no sé cómo le haré para escribir.
Alicia, la novia de mi hermano Martín , me invitó a montar. A pelo. Sin silla de montar. Yo era niña. Tenía quizá 10 años. Anduvimos por el monte, lleno de brizna seca, con el sol muy bajo y naranja. En el silencio montaraz, ella me cantaba "La flor de capomo", ¿la conoces?, me preguntó. Le dije que no, entonces me la cantó en mayo. Este es uno de los momentos más memorables en mi niñez. Tiempo después, en una fiesta en el campo donde había música en vivo, mi padre quiso complacerme con una canción. "La flor de capomo", pedí, y mi padre sonrió extrañado y orgulloso a la vez. Desde entonces, para él esa es mi canción. Sí, esa es mi canción. Nunca he visto una flor de capomo. Queda poca gente que la ha visto. La flor de capomo crece en los ríos. Y ahora el río yaqui y mayo ya están secos, por lo que la flor de capomo es ya casi mítica. La raíz es muy extensa y con muchos tentáculos. Es como un estropajo estirable que se clava muy superficialmente en la tierra. El t...
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