Cada vez que una supervisora de la Secretaría de Educación iba al colegio, las monjas nos hacían recitar interminables poemas de Juan de Dios Peza, que hablaban con cándidas rimas de los dramas más brutales sobre niños, madres, ancianos abandonados... Debíamos aprender cada verso y tener la mayor sincronía en los ademanes pues, las monjas nos aseguraban, esas supervisoras venían con toda la saña a querer cerrar al colegio pues la educación religiosa estaba prohibida en México desde que... blablabla. Era un drama casi equiparable a los de Juan de Dios Peza, así que valía la pena memorizar.
Juan de Dios Peza era como un tío generoso que salvó mi colegio tantas veces como generaciones habían pasado (y siguieron pasando).
Y en el libro que corrijo ahora, Juan de Dios Peza aparece como uno de los autores favoritos de los editores Maucci hermanos.
Ese tío se me ha acercado con mayor familiaridad ahora: como el hombre altruista que se dolió de los niños no sólo a través de su escritura, como el hombre sagaz y excelente publirrelacionista que conseguía tratos especiales de sus editores.
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