“El
valor de una imagen se mide por la extensión de su aureola imaginaria”, dice Gaston
Bachelard en El aire y los sueños.
Y
Bachelard es la referencia obligada, no tanto por lo que nos tiene que decir la
obra de Ana María Madrid, aquí expuesta, sino por lo que Bachelard puede
decirnos de esta obra, desde el nombre de la exposición: La inmensidad íntima.
Mientras
Ana María Madrid estudiaba artes plásticas en Ohio, cayó en sus manos el libro La poética del espacio de Gaston
Bachelard. Y a través de las palabras y conceptos de Bachelard, Ana María
entendió su plástica.
Bachelard
nos dice “Queremos siempre que la imaginación sea la facultad de formar imágenes. Y es más bien la
facultad de deformar las imágenes
suministradas por la percepción y, sobre todo, la facultad de librarnos de las
imágenes primeras, de cambiar las imágenes”.
La
obra de Ana María nos muestra con nitidez y ligereza este concepto. El mar se
nos descompone en tonos, partículas, intensidades, movimiento. Es la percepción
del mar como un todo lleno de particularidades vivas: puntos, trazos, colores.
Es un mar que nos libra de sí mismo para regalársenos de otra forma: en otro
nivel de nuestros sentidos y percepción. Una imagen que nos hace trascender el
mar y extender “su aureola imaginaria”: mar, fuego, campiña, cielo, nubes,
desierto; no importa. La imagen se trasciende y nos trasciende.
Sobre ese estado contemplativo nos dice Bachelard: "La contemplación de la grandeza determina una actitud tan especial, un estado del alma tan particular, que el ensueño pone al soñador fuera del mundo próximo, ante un mundo que lleva el signo de un infinito."
Entonces nosotros nos volvemos moradas de ese mundo signo de lo infinito. Alojamos esas imágenes y a la vez nos trascendemos a nosotros mismos para ser parte de ellas, para vivir en ellas. El que contempla tiene esa capacidad de habitar dos espacios: el propio, personal, íntimo; y el otro, el trascendente, el inmenso.
Sobre ese estado contemplativo nos dice Bachelard: "La contemplación de la grandeza determina una actitud tan especial, un estado del alma tan particular, que el ensueño pone al soñador fuera del mundo próximo, ante un mundo que lleva el signo de un infinito."
Entonces nosotros nos volvemos moradas de ese mundo signo de lo infinito. Alojamos esas imágenes y a la vez nos trascendemos a nosotros mismos para ser parte de ellas, para vivir en ellas. El que contempla tiene esa capacidad de habitar dos espacios: el propio, personal, íntimo; y el otro, el trascendente, el inmenso.
Esa
es la contemplación a la que nos invita Ana María Madrid, con su exposición Inmensidad íntima.
María Antonieta Mendívil
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