El Tigre, le dicen, pero con ese apodo prefiero decirle Gerardo, y hablarle de usted. Es de mi edad y parece que me lleva 15 años por delante.
Es de esos hombres que se sienten más hombres porque sirven a una mujer. Es de esos hombres que bombean más rápido la sangre cuando se ven junto a una mujer. Acude donde mi carro me haya dejado tirada, y una vez arreglado, me lo lleva a la oficina. Luego me toca a mí llevarlo a su Taller... Bueno, es un decir, porque es de esos hombres que siempre manejan. Así que hemos dado algunos paseos juntos por esta ciudad del sol.
Como buen sierreño, tiene ese color rojo en la piel, arrugas nuevas pero profundas, y esa voz bronca, golpeada, entrecortada, fuerte y hasta un poco nasal como los cantantes norteños.
“Ya me voy a casar”, me anuncia. Y me da su recorrido amoroso.
Mira, Mariantonieta, para qué te digo mentiras. He tenido muchas mujeres. De todas: inteligentes, tontas, ignorantes, bravas, dejadas, altas, chaparras, gorditas, flaquitas, buenotas, liberales, puritanas; mujeres que trabajan, mujeres de casa y de familia, ricas, pobres, casadas, señoritas. Pero después de todo este andar te voy a decir una cosa: las peores son las mujeres inteligentes que trabajan, se sienten ¿cómo te diré? Muy autosuficientes, te quieren hablar de tú a tú, y hasta te ven para abajo. Y he llegado a una conclusión: quiero una mujer que lo merezca todo, pero no pida nada. Y esa mujer la encontré en mi Dianita.
Una mujer que lo merezca todo y no pida nada. Esa frase resume toda la educación sentimental de estos hombres bravos de Sonora. Hombres dadores, mientras la mujer persista en su papel pasivo y dependiente; hombres que se rebelan ante lo que consideran humillante: la voz de la mujer que tiene necesidades distintas a los dones que ellos entregan virilmente.
“Hombre, me alegro, Gerardo”, lo felicito. Y escucho el inventario del merecer de Dianita: Gerardo ha conseguido por medio de su padrino El Diputado (ah, porque todavía hay hombres que tienen padrinos diputados todopoderosos) que raspen el camino de un pueblo a otro, para que todos puedan acudir a la Boda; me habla de cientos de invitados, de bandas, barbacoas, barriles de cerveza, y de más padrinos.
Vuelvo a felicitarlo y antes de bajarse a su Taller, se detiene y me pregunta: “Oye, Mariantonieta, nunca te he preguntado, ¿y por qué fracasaste?” Sí, aún quedan esas personas que llaman “fracaso” al divorcio.
Ahora que se me ocurre echarle un madrazo, recuerdo por qué le digo Gerardo y no Tigre, y opto por su sabiduría sierreña: "Pues ya que lo dices, será porque lo merezco todo y lo pido todo..."
Es de esos hombres que se sienten más hombres porque sirven a una mujer. Es de esos hombres que bombean más rápido la sangre cuando se ven junto a una mujer. Acude donde mi carro me haya dejado tirada, y una vez arreglado, me lo lleva a la oficina. Luego me toca a mí llevarlo a su Taller... Bueno, es un decir, porque es de esos hombres que siempre manejan. Así que hemos dado algunos paseos juntos por esta ciudad del sol.
Como buen sierreño, tiene ese color rojo en la piel, arrugas nuevas pero profundas, y esa voz bronca, golpeada, entrecortada, fuerte y hasta un poco nasal como los cantantes norteños.
“Ya me voy a casar”, me anuncia. Y me da su recorrido amoroso.
Mira, Mariantonieta, para qué te digo mentiras. He tenido muchas mujeres. De todas: inteligentes, tontas, ignorantes, bravas, dejadas, altas, chaparras, gorditas, flaquitas, buenotas, liberales, puritanas; mujeres que trabajan, mujeres de casa y de familia, ricas, pobres, casadas, señoritas. Pero después de todo este andar te voy a decir una cosa: las peores son las mujeres inteligentes que trabajan, se sienten ¿cómo te diré? Muy autosuficientes, te quieren hablar de tú a tú, y hasta te ven para abajo. Y he llegado a una conclusión: quiero una mujer que lo merezca todo, pero no pida nada. Y esa mujer la encontré en mi Dianita.
Una mujer que lo merezca todo y no pida nada. Esa frase resume toda la educación sentimental de estos hombres bravos de Sonora. Hombres dadores, mientras la mujer persista en su papel pasivo y dependiente; hombres que se rebelan ante lo que consideran humillante: la voz de la mujer que tiene necesidades distintas a los dones que ellos entregan virilmente.
“Hombre, me alegro, Gerardo”, lo felicito. Y escucho el inventario del merecer de Dianita: Gerardo ha conseguido por medio de su padrino El Diputado (ah, porque todavía hay hombres que tienen padrinos diputados todopoderosos) que raspen el camino de un pueblo a otro, para que todos puedan acudir a la Boda; me habla de cientos de invitados, de bandas, barbacoas, barriles de cerveza, y de más padrinos.
Vuelvo a felicitarlo y antes de bajarse a su Taller, se detiene y me pregunta: “Oye, Mariantonieta, nunca te he preguntado, ¿y por qué fracasaste?” Sí, aún quedan esas personas que llaman “fracaso” al divorcio.
Ahora que se me ocurre echarle un madrazo, recuerdo por qué le digo Gerardo y no Tigre, y opto por su sabiduría sierreña: "Pues ya que lo dices, será porque lo merezco todo y lo pido todo..."
Comentarios
Una parte de mí quisiera primero felicitarte por tu boda y segundo mostrar todo mi lado humanista, ese que me permita acercarme a tu contexto y comprender tu...
pero nada... que lo único que me sale es decir: pinche gerardo... te sales...
p.s.a dónde le puedo escribir/llamar a diana?
saludos,
sylvia
A nosotras nos toca cambiar esas "ideas", porque sólo pedimos lo que nos merecemos...