“Estoy escuchando el soundtrack de mi vida”, me dice emocionada mi amiga en medio de la oscuridad excitante que resulta un concierto.
Un concierto donde su cantante favorita y mi músico favorito cantan en el mismo cartel. Un concierto que nunca imaginamos ver juntas, menos en una ciudad que no nos pertenece a ninguna de las dos. Ahí estamos Edith y Marian inexplicablemente juntas en un concierto. Ahí están Annie Lennox y Sting inexplicablemente juntos en un concierto.
Annie Lennox es la autora de su soundtrack. Y Sting me resuena a muchas cosas, menos a eso. Mi vida no tiene soundtrack. Es más, a veces dudo que tenga historia (mi amigo Eric dice que parezco no tenerla).
Sting no me recuerda ninguna ruptura, ningún enamoramiento, ninguna nostalgia, ningún estupor de soledad; no me recuerda algún tormento, ni nada que duela. La música de Sting entró a mi vida por medio de mi cerebro, como todo lo que entra en mi vida.
La primera vez que le puse atención fue al ver un video de An Englishman in New York. Era una canción cuya melodía no se parecía a nada que hubiera escuchado en el pop o en el rock, ¿qué es esto?, me pregunté. Tenía un sonido clásico, culto, exquisito. Y ahí estaba ese hombre de negro, cabello largo, tan elegante como desgarbado, caminando por la nieve neoyorquina diciendo "Gently and sobriety are rare in this society", hasta que la imagen y el sonido eran interrumpidos por un puente desbordante de jazz.
Ese puente jazzero se expandió en mi pecho, en mi cabeza, y me llevó a buscar todo lo que encontrara de ese tal Sting. Se preguntarán: ¡Pero cómo! ¿No conocía a The Police? Debo aclarar que conocía una aceptable variedad de canciones de The Police y era capaz de tararearlas, por pertenecer al cancionero colectivo y por tanto subconsciente; pero no unía a Sting con Police (ni el consciente con el subconsciente). Yo tenía 16 años y vivía en la provincia de la provincia.
Quizá nunca he llorado con la música de Sting. Pero para mí fue conmovedor descubrir a través de su música sobre las dictaduras en Centro y Sudamérica; las manifestaciones dignas y silenciosas de las madres de los desaparecidos, o aquellas de los indígenas brasileños al ver desvastadas sus tierras.
Tal vez la música de Sting no me consoló nunca de mis tormentos existenciales, pero me llevó a leer a Jung y a Nabokov. Y conocer por su medio a Amnistía Internacional, y esta lucha por los Derechos Humanos rompió mi egocentrismo adolescente.
Muy probablemente ninguna historia de amor en mi vida se inició o rompió bajo las notas de Sting, pero para mí significó la ruptura entre una escucha y otra, entre un gusto y otro, entre un interés musical y otro; y el enamoramiento con todo lo que es música, sea folclor andino, celta o africano, jazz, clásico, blues o rock.
A Sting le debo las canciones más bellas que he escuchado; le debo el vértigo ante canciones como I burn for you, Island of the souls, Brought to my senses, A thousand years, They dance alone, Be still my beating heart, The Bourbon Street, Shape of my heart, Desert rose, Lazarus heart, Inside, Book of my life; y le debo la expansión en mi pecho y mente con la pregunta recurrente ¿qué es esto?
Envidié a Edith al verla llorar con algunas canciones de Lennox. La envidié cuando conmovida tomó su celular y le marcó a él para escuchar juntos una canción que les significaba a algo a ambos.
Y yo escuchaba a Sting con puro placer estético: hacia su música, sus letras, los arreglos, el espectáculo, hacia él (uy, sí que es guapo), y lo único que me significaba eran las palabras de mi sobrina que me animó a viajar miles de kilómetros para ver el concierto: Tía, mereces darte ese gusto, y es hoy o nunca, antes de que tú y Sting sean demasiado viejos para conciertos...
Esa frase significó lo suficiente como para asistir al concierto de Sting... pero tampoco era suficiente para hablarle por el celular a mi sobrina y decirle “¿Escuchas?, está cantando Whenever I say your name”... Porque Whenever I say your name no me recuerda nada de mi vida, menos a ella. Y tampoco le hubiera importado, ella sólo es fan de OV7...
Un concierto donde su cantante favorita y mi músico favorito cantan en el mismo cartel. Un concierto que nunca imaginamos ver juntas, menos en una ciudad que no nos pertenece a ninguna de las dos. Ahí estamos Edith y Marian inexplicablemente juntas en un concierto. Ahí están Annie Lennox y Sting inexplicablemente juntos en un concierto.
Annie Lennox es la autora de su soundtrack. Y Sting me resuena a muchas cosas, menos a eso. Mi vida no tiene soundtrack. Es más, a veces dudo que tenga historia (mi amigo Eric dice que parezco no tenerla).
Sting no me recuerda ninguna ruptura, ningún enamoramiento, ninguna nostalgia, ningún estupor de soledad; no me recuerda algún tormento, ni nada que duela. La música de Sting entró a mi vida por medio de mi cerebro, como todo lo que entra en mi vida.
La primera vez que le puse atención fue al ver un video de An Englishman in New York. Era una canción cuya melodía no se parecía a nada que hubiera escuchado en el pop o en el rock, ¿qué es esto?, me pregunté. Tenía un sonido clásico, culto, exquisito. Y ahí estaba ese hombre de negro, cabello largo, tan elegante como desgarbado, caminando por la nieve neoyorquina diciendo "Gently and sobriety are rare in this society", hasta que la imagen y el sonido eran interrumpidos por un puente desbordante de jazz.
Ese puente jazzero se expandió en mi pecho, en mi cabeza, y me llevó a buscar todo lo que encontrara de ese tal Sting. Se preguntarán: ¡Pero cómo! ¿No conocía a The Police? Debo aclarar que conocía una aceptable variedad de canciones de The Police y era capaz de tararearlas, por pertenecer al cancionero colectivo y por tanto subconsciente; pero no unía a Sting con Police (ni el consciente con el subconsciente). Yo tenía 16 años y vivía en la provincia de la provincia.
Quizá nunca he llorado con la música de Sting. Pero para mí fue conmovedor descubrir a través de su música sobre las dictaduras en Centro y Sudamérica; las manifestaciones dignas y silenciosas de las madres de los desaparecidos, o aquellas de los indígenas brasileños al ver desvastadas sus tierras.
Tal vez la música de Sting no me consoló nunca de mis tormentos existenciales, pero me llevó a leer a Jung y a Nabokov. Y conocer por su medio a Amnistía Internacional, y esta lucha por los Derechos Humanos rompió mi egocentrismo adolescente.
Muy probablemente ninguna historia de amor en mi vida se inició o rompió bajo las notas de Sting, pero para mí significó la ruptura entre una escucha y otra, entre un gusto y otro, entre un interés musical y otro; y el enamoramiento con todo lo que es música, sea folclor andino, celta o africano, jazz, clásico, blues o rock.
A Sting le debo las canciones más bellas que he escuchado; le debo el vértigo ante canciones como I burn for you, Island of the souls, Brought to my senses, A thousand years, They dance alone, Be still my beating heart, The Bourbon Street, Shape of my heart, Desert rose, Lazarus heart, Inside, Book of my life; y le debo la expansión en mi pecho y mente con la pregunta recurrente ¿qué es esto?
Envidié a Edith al verla llorar con algunas canciones de Lennox. La envidié cuando conmovida tomó su celular y le marcó a él para escuchar juntos una canción que les significaba a algo a ambos.
Y yo escuchaba a Sting con puro placer estético: hacia su música, sus letras, los arreglos, el espectáculo, hacia él (uy, sí que es guapo), y lo único que me significaba eran las palabras de mi sobrina que me animó a viajar miles de kilómetros para ver el concierto: Tía, mereces darte ese gusto, y es hoy o nunca, antes de que tú y Sting sean demasiado viejos para conciertos...
Esa frase significó lo suficiente como para asistir al concierto de Sting... pero tampoco era suficiente para hablarle por el celular a mi sobrina y decirle “¿Escuchas?, está cantando Whenever I say your name”... Porque Whenever I say your name no me recuerda nada de mi vida, menos a ella. Y tampoco le hubiera importado, ella sólo es fan de OV7...
Comentarios
Tiene su parte bella claro. Porque la música a veces nos redime. Pero me gusta que alguien en este mundo de sensiblerías y nonsense tenga claro al jazz por el jazz itself.
Saludos!
De las artes, la música me parece la más sensorial de todas y al mismo tiempo la que te toma menor esfuerzo en disfrutar, por eso su conección, para mí, inmediata con la emoción, contraria al análisis.
Las canciones te recuerdan cosas por las emociones ligadas a ellas, pero tomando en cuenta que estamos hablando de Sting supongo que se involucran otros sentidos mucho más alejados aún de rollos analíticos... you know what I mean?
Fíjate que a mi me gusta Sting, pero no lo conozco.
O bueno, muy poco (pero muy poco).
Sin embargo, su música me agrada.
Es curiosa tu llegada a Sting y todo lo que te evoca.
A mi me ocurre algo similar con la música; particularmente con la trova.
Yo también, al igual que tú, soy de la provincia de la provincia. No recuerdo bien a bien cómo llegué a la trova... ¡pero llegué! (o la trova llegó a mi, pues... y se quedó). Me gustan mucho Amaury, Silvio, Pablo, Luis Eduardo Aute, Mercedes Sosa, Tania Libertad, Serrat...
Te felicito por tu nota sobre Sting. Me gustó.
Y más gusto me dio saber que fuiste al DF a disfrutar el concierto.
¡Enhorabuena!
Gracias a todos por los comentarios. Seguimos comentando este tema.
pero ya no la canta, ya no la dedica sera que mi piel despues de 11 años a cambiado un poco ?
Saludos.
Y de Sting de ese si que quisiera un poquitito de su piel.