Hoy fui a hacerme un ultrasonido. ¿Habrá manera de hacer más amable y cálido ese proceso médico? Me preguntaba mientras esperaba, con una humillante bata azul. Aunque luego objeté: ¿Serviría de algo que la bata fuera más trendy? ¿Qué el lugar pareciera una cafetería con un pequeño ensamble de jazz tocando en un rincón? Ahí permanecí, en el borde de la camilla, con mis pies descalzos balanceándose en el vacío; viendo la fría penumbra de la habitación, acompañada sólo por el zumbido de los aparatos que explorarían en mi cuerpo.
Pasé media hora oscura con el doctor, tratando de ver el dibujo que el escáner acusaba en la pantalla. Tachones en carbón de un dibujante depresivo. Con forma de nada. Pero me concentraba en la imagen con la misma acuciosidad que el médico. No había otra cosa qué hacer. Ups, sí había otra cosa.
La mente que traté de centrar y atar para que no empezara sus correrías, se me escapó. Empezó a deambular en medio de la incertidumbre. Ah, es que la incertidumbre la vuelve rebelde, inquieta, impredecible. Y ya digo, empezó a correr de aquí para allá; bueno, he de decir que corría con cierto orden, de un pilar a otro. ¿Y si tuviera cáncer? ¿Y si necesitara radiaciones? ¿Y si....?
Lo sé, lo sé. No hay que pensar en eso, ¿pero podrías dejar de pensar en eso cuando estás en un cuarto oscuro, con sólo la luz impenetrable de una computadora que exhibe una imagen igual de indescifrable? ¿podrías dejar de pensar en eso cuando el médico está totalmente callado, sin verte a la cara, sólo concentrado en escanear tu cuerpo y en interpretar la imagen? ¿Dejarías de pensar en eso cuando tienes 33 años y una hija de 8, y tu madre ha muerto de cáncer? ¿Podrías transportarte a un lugar bello cuando ese cuarto te recuerda tanto al que visitabas junto con tu madre para ver cómo avanzaba su cáncer? Es imposible.
Por eso dejé que mi mente corriera, olfateara en la incertidumbre y volviera con sus dudas, cansada y rendida a ese centro donde está mi alma o mi conciencia. Acaricié mi mente, y susurrando la volví al silencio. Prometió mantenerse callada, pero como toda promesa, se entregó bajo condiciones: habla de mí, coloca en blanco y negro los frutos que traje de la oscuridad, habla del vacío en que tu cuerpo estaba suspendido, del misterio que es sentirte saludable y que posiblemente sólo sea la careta de una conspiración que se fragua en tu sangre y en tus órganos para dar golpe de estado.
Hecho. Ya está en blanco y negro. En ese blanco y negro indescifrable de la pantalla y el escáner. Esos colores ya no saben a incertidumbre, sino a palabras, mucho más habitables y mullidas que ese diagnóstico que entregará el doctor en un sobre sellado, con palabras como: nudosidades, lateral, radializado...
Ahora con mi mente respirando tranquila en el regazo de mi alma, podré terminar apaciblemente el día y recibir la noche sin más miedos.
Pasé media hora oscura con el doctor, tratando de ver el dibujo que el escáner acusaba en la pantalla. Tachones en carbón de un dibujante depresivo. Con forma de nada. Pero me concentraba en la imagen con la misma acuciosidad que el médico. No había otra cosa qué hacer. Ups, sí había otra cosa.
La mente que traté de centrar y atar para que no empezara sus correrías, se me escapó. Empezó a deambular en medio de la incertidumbre. Ah, es que la incertidumbre la vuelve rebelde, inquieta, impredecible. Y ya digo, empezó a correr de aquí para allá; bueno, he de decir que corría con cierto orden, de un pilar a otro. ¿Y si tuviera cáncer? ¿Y si necesitara radiaciones? ¿Y si....?
Lo sé, lo sé. No hay que pensar en eso, ¿pero podrías dejar de pensar en eso cuando estás en un cuarto oscuro, con sólo la luz impenetrable de una computadora que exhibe una imagen igual de indescifrable? ¿podrías dejar de pensar en eso cuando el médico está totalmente callado, sin verte a la cara, sólo concentrado en escanear tu cuerpo y en interpretar la imagen? ¿Dejarías de pensar en eso cuando tienes 33 años y una hija de 8, y tu madre ha muerto de cáncer? ¿Podrías transportarte a un lugar bello cuando ese cuarto te recuerda tanto al que visitabas junto con tu madre para ver cómo avanzaba su cáncer? Es imposible.
Por eso dejé que mi mente corriera, olfateara en la incertidumbre y volviera con sus dudas, cansada y rendida a ese centro donde está mi alma o mi conciencia. Acaricié mi mente, y susurrando la volví al silencio. Prometió mantenerse callada, pero como toda promesa, se entregó bajo condiciones: habla de mí, coloca en blanco y negro los frutos que traje de la oscuridad, habla del vacío en que tu cuerpo estaba suspendido, del misterio que es sentirte saludable y que posiblemente sólo sea la careta de una conspiración que se fragua en tu sangre y en tus órganos para dar golpe de estado.
Hecho. Ya está en blanco y negro. En ese blanco y negro indescifrable de la pantalla y el escáner. Esos colores ya no saben a incertidumbre, sino a palabras, mucho más habitables y mullidas que ese diagnóstico que entregará el doctor en un sobre sellado, con palabras como: nudosidades, lateral, radializado...
Ahora con mi mente respirando tranquila en el regazo de mi alma, podré terminar apaciblemente el día y recibir la noche sin más miedos.
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