Intentaba bajar del carro unas cajas que debía llevar a mi oficina, cuando veo acercarse a un joven. Se veía aseado y saludó educadamente: ¿Le ayudo a bajar las cosas, muchacha, y me da una ayuda?
Mi desconfianza hacia los desconocidos, y un chocante orgullo que por desgracia he desarrollado, me hizo pensar en un no gracias terminante.
No tuve una oportunidad rápida de hacerlo, lo que siguió me dejó muda, tratando de conectar la apariencia de ese joven, sus palabras, con mi intuición y habla. Él siguió con su ofrecimiento:
—Verá usted, es que soy hijo de Dios (Pensé: cristiano protestante).
—Yo estuve en la cárcel, en el CERESO (Pensé: hombre en superación).
—Vivo de pedir dinero a cambio de ayudar a la gente, en lo que necesite (Pensé: Vale, dejaré que me ayude).
—Necesito dinero porque yo me morí en el CERESO (Pensé: ¿Puede repetir eso, por favor?).
—¿Se acuerda del motín? Yo fui el último al que mataron, al que dieron 7 puñaladas contra la pared (Pensé.... Bueno, no pensé).
—Si me ayuda no se arrepentirá. Yo tengo mucho éxito con las mujeres (Tampoco pensé).
—Tengo mucho pegue, porque desde hace siglos, por todas partes pido dinero, y por todas partes me dan, y puedo comprarles a las muchachas todo lo que ellas quieran. Así que ya sabe. (Pensé: ¿Me toca dar dinero o recibir regalo?)
No es verdad, lo último que pensé fue: ¡Corre! Pero él estaba tan limpio, hablaba tan respetuosamente, y era tan serio el tono con el que narraba , que lo mejor fue fingir que teníamos una conversación seria, verosímil; y le dije con la misma rectitud: Le daré dinero, pero no es necesario que me ayude.
Muchas gracias, respondió él, seguiré mi camino. Le sonreí, con ganas de advertirle: Tranquilo, todo irá bien, no creo que lo vuelvan a matar; tengo entendido que al hijo de Dios sólo lo matan en una ocasión.
Nota:
Mi padre me ha avisado que ha muerto “el mete-cambios”. Era un indigente con demencia que deambulaba por las calles de Ciudad Obregón. Mientras caminaba, hacía movimientos espasmódicos con los brazos, que le habían valido el mote referido a un chofer usando la palanca de cambios.
El “metecambios” era muy conocido junto con la advertencia para las mujeres: Cuidado, porque aprovecha “meter cambios” para tocar los pechos o nalgas, es un lépero.
Desde niña me ha intrigado por qué los locos se vuelven locos, por qué desarrollan ciertas manías o construyen tales historias, por qué los locos andan en las calles como el patrimonio de todos pero la responsabilidad de nadie.
Mi desconfianza hacia los desconocidos, y un chocante orgullo que por desgracia he desarrollado, me hizo pensar en un no gracias terminante.
No tuve una oportunidad rápida de hacerlo, lo que siguió me dejó muda, tratando de conectar la apariencia de ese joven, sus palabras, con mi intuición y habla. Él siguió con su ofrecimiento:
—Verá usted, es que soy hijo de Dios (Pensé: cristiano protestante).
—Yo estuve en la cárcel, en el CERESO (Pensé: hombre en superación).
—Vivo de pedir dinero a cambio de ayudar a la gente, en lo que necesite (Pensé: Vale, dejaré que me ayude).
—Necesito dinero porque yo me morí en el CERESO (Pensé: ¿Puede repetir eso, por favor?).
—¿Se acuerda del motín? Yo fui el último al que mataron, al que dieron 7 puñaladas contra la pared (Pensé.... Bueno, no pensé).
—Si me ayuda no se arrepentirá. Yo tengo mucho éxito con las mujeres (Tampoco pensé).
—Tengo mucho pegue, porque desde hace siglos, por todas partes pido dinero, y por todas partes me dan, y puedo comprarles a las muchachas todo lo que ellas quieran. Así que ya sabe. (Pensé: ¿Me toca dar dinero o recibir regalo?)
No es verdad, lo último que pensé fue: ¡Corre! Pero él estaba tan limpio, hablaba tan respetuosamente, y era tan serio el tono con el que narraba , que lo mejor fue fingir que teníamos una conversación seria, verosímil; y le dije con la misma rectitud: Le daré dinero, pero no es necesario que me ayude.
Muchas gracias, respondió él, seguiré mi camino. Le sonreí, con ganas de advertirle: Tranquilo, todo irá bien, no creo que lo vuelvan a matar; tengo entendido que al hijo de Dios sólo lo matan en una ocasión.
Nota:
Mi padre me ha avisado que ha muerto “el mete-cambios”. Era un indigente con demencia que deambulaba por las calles de Ciudad Obregón. Mientras caminaba, hacía movimientos espasmódicos con los brazos, que le habían valido el mote referido a un chofer usando la palanca de cambios.
El “metecambios” era muy conocido junto con la advertencia para las mujeres: Cuidado, porque aprovecha “meter cambios” para tocar los pechos o nalgas, es un lépero.
Desde niña me ha intrigado por qué los locos se vuelven locos, por qué desarrollan ciertas manías o construyen tales historias, por qué los locos andan en las calles como el patrimonio de todos pero la responsabilidad de nadie.
Comentarios
De locos a me ha tocado ver muchos, sobre todo por el lugar donde trabajo, pero recuerdo uno mucho, que lo veia desde niña "el anotaplacas".
Asi que asi algun dia te topas con un tipo qu anota cosillas detras de tu auto, no te asustes.
Mama dice que quedo loco de tanto estudiar.
Aunque ya lo hice, te felicito de nuevo y te (re)anoto mis mejores deseos para este 2005 que estamos iniciando.
Sobre tu tema de "los locos", fíjate que a mi siempre me han llamado la atención. Me da la impresión de que son muy felices; mucho más felices que otros que nos decimos completos.
En fin, podrá ser mera impresión (¿o locura?).
Te saludo de nuevo y te agradezo estos textos del blog.
Un abrazo.
JMD
Como ese vértigo que da cuando uno se para a la orilla de un edificio: a veces siento que si me quedo más tiempo voy a volverme loco y brincar.
Por eso me acerco a las orillas reptando por el suelo, previniendo que sea más difícil arremeter con locura hacía el vacío.
Saludos. Me gusta tu blog. La minúscula Laia Mayoral me lo pasó hace ya tiempo.