Cursi son esas palabras automáticas, melosas, que todos hemos escuchado hasta el cansancio y que se repiten de manera afectada y, a pesar de ello, vacía.
Así me sonaban esas canciones dedicadas a las madres. Y no entendía por qué la gente podía seguir reaccionando a esa cursilería, a ese vacío.
Al cabo de los años ahí estaba yo, frente a mi entonces pequeña hija, aceptando que la canción que cantaba era cursi y, sabiéndolo, me conmovía. No eran las palabras: era mi hija cantando.
Pero ayer dije, sí son las palabras. Si no, ¿por qué entonces me conmuevo ante tal o cual oración o palabra de esa canción cursi a las madres?
Las palabras tienen una carga que conecta con nuestra memoria, de la misma manera que el olor a albahaca puede recordarnos el hogar de la niñez.
Las palabras no son suficientes por sí mismas. Las palabras no lo abarcan todo. Por eso es necesario que cada palabra tenga su porción de silencio. Esa cara oculta de la luna donde podemos reflejar esas emociones sepultadas bajo nuestra capa manifiesta.
Pero deseamos que todo aquello que mantenemos oculto, a oscuras, en silencio, de pronto sea nombrado, reconocido. Necesitamos verlo por una sola vez como parte de nuestra cara oculta y revelada fugazmente.
Eso encontré hoy en el corcho de mi escritorio. El nombre de aquello que me es indecible. El reconocimiento de aquello que me es misterio. Una carta de mi hija. Una carta de ella como hija.
Así me sonaban esas canciones dedicadas a las madres. Y no entendía por qué la gente podía seguir reaccionando a esa cursilería, a ese vacío.
Al cabo de los años ahí estaba yo, frente a mi entonces pequeña hija, aceptando que la canción que cantaba era cursi y, sabiéndolo, me conmovía. No eran las palabras: era mi hija cantando.
Pero ayer dije, sí son las palabras. Si no, ¿por qué entonces me conmuevo ante tal o cual oración o palabra de esa canción cursi a las madres?
Las palabras tienen una carga que conecta con nuestra memoria, de la misma manera que el olor a albahaca puede recordarnos el hogar de la niñez.
Las palabras no son suficientes por sí mismas. Las palabras no lo abarcan todo. Por eso es necesario que cada palabra tenga su porción de silencio. Esa cara oculta de la luna donde podemos reflejar esas emociones sepultadas bajo nuestra capa manifiesta.
Pero deseamos que todo aquello que mantenemos oculto, a oscuras, en silencio, de pronto sea nombrado, reconocido. Necesitamos verlo por una sola vez como parte de nuestra cara oculta y revelada fugazmente.
Eso encontré hoy en el corcho de mi escritorio. El nombre de aquello que me es indecible. El reconocimiento de aquello que me es misterio. Una carta de mi hija. Una carta de ella como hija.
Comentarios
http://inlaken.blogspot.com
Es un atrevimiento de mi parte, pero como me ando atreviendo a redactar algo, me gustan tus puntos de vista para tomar rumbo.
Te agradezco.
Gracias y arrebato!
:-)