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Y una tristeza


Crecí en Guaymas. Desde los 7 a los 16 años viví ahí, en la libertad del mar, de la gente abierta y desprejuiciada, entre los edificios antiguos del centro, en el malecón, en los enormes corredores de mi colegio y en sus ventanales desde donde se avistaba el mar y la cúpula de la iglesia de San Fernando.

Ahora veo fotos: el centro anegado por un espejo inmundo de aguas chocolatosas y la cúpula de San Fernando colapsada.

Pienso en sus vitrales que dejaban pasar la luz marítima. La dignidad de un templo que se levantaba alegre entre el barullo de carnaval o en el sopor del verano.

Pienso en el panteón que siempre se inundaba con cualquier lluvia mediana. Tanto que mi madre no quiso nunca más la tumba de mi hermano ahí y la movió a una colina donde el agua no lo alcanzara.
El agua inundando a los muertos no es tolerable. Mucho menos inundando a los vivos. Mucho menos destruyendo aquello que queda alto, de cara al cielo, como los vitrales de San Fernando.
* foto facilitada por Lupita Ramírez, amiga de mi niñez

Comentarios

veronica dijo…
Que triste cierto, pero piensa que las tragedias siempre sirven para engrandecer mas, lo de por si, ya grande.
Sí, pero junto a esa grandeza también surgen las bajezas, Verónica: gobiernos sin recursos para hacer frente a la temporada de ciclones y huracanes, porque se lo gastaron todo en las campañas. La gente se une, sí, y sale adelante, sí. Pero dentro de ls tragedias inevitables hay muchos dolores estúpidos que sí podrían evitarse si no se cometieran tantos errores humanos y políticos.
Perdona la negrura matutina de un domingo :D Lo que me da gusto es que pases a este nido. Aquí tienes tu pequeña casa :D
Anónimo dijo…
¡Un fuerte abrazo Marian!
Fred Alvarez
Gracias, Fred, siempre me da mucho gusto verte por aquí :D

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