


Luis Alberto fue mi amigo inseparable mientras estudiábamos en la Universidad Pontificia de Salamanca. Esta amistad estaba aderezada por varios ingredientes excepcionales: dos sonorenses estudiando en España y ambos inscritos en la carrera de Teología. Estos hechos no podían más que unirnos en una amistad solidaria de sobrevivencia y complicidad.
Gracias a Luis Alberto tuve fotocopias de apuntes perfectamente tomados: a detalle, con buena letra, con orden. Gracias a Luis Alberto las clases de latín se convirtieron en el momento más divertido del día. Bueno, también debo darles crédito a nuestros amigos zamoranos, un trío de seminaristas con quienes hicimos una amistad profunda, fraterna y muy divertida.
¿Pero a dónde voy? Han pasado muchos años, una docena quizá. Sé que mis amigos se ordenaron. A Luis lo he visto uno que otro verano en Hermosillo. Nos escribimos ocasionalmente. Yo le envío fotos de mis hijas, él me envía sus homilías.
El domingo he recibido un correo de él: "¿Recuerdas este sitio?", era el asunto. Lo abro y ahí está la monumental Salamanca que caminamos juntos buscando un bar, fotocopias baratas, alguna biblioteca. Ahí están él, Alberto y Rafa, el hermosillense que ahora es cura en Andalucía, y los dos zamoranos que también se han ordenado.
Las fotos han sido tomadas con móvil, por eso su baja resolución. O será porque así se vería Salamanca con mis ojos empañados, conmovidos, nostálgicos. ¡Qué ganas de volver!
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