Él regresa a casa y me muestra las noticias, los trending topics, la estela de la censura encontrada en notas suprimidas o en la cancelación de la opción para comentarios de las noticias, los vestigios de las mañas en las notas, los juegos del lenguaje para seguir protegiendo el cinismo, la sorna con la que nos quieren gobernar los medios a través de la cresta engominada.
Y yo escucho con esa barrera para que las cosas no me duelan tanto, para no vaciar por completo la esperanza en nadie pero sí en que la vida irá bien, yo lo escucho en lugar de perseguir las noticias por mí misma, hilarlas, cribarlas. Lo hago para protegerme.
Entonces me doy cuenta que justo el personaje de la novela que escribo eso hace: se protege. Y también es un "él" quien llega con los periódicos, las palabras.
Me doy cuenta que ese poder ominoso del que hablo en la novela y que corresponde a los años noventa está aquí, a la vuelta del primero de julio, a la vuelta del voto, a la vuelta de la urdimbre tejida por una red de medios comprados por el poder o que siendo el poder han comprado a su candidato.
Dinero sucio, pasados impresentables, personajes borrados del mapa con el chisguete de la sangre -de mucha sangre-, el control de los medios de parte del poder, y el control de los medios sobre nuestras mentes; todo está ahora, como estaba antes.
Y así como en la novela la historia del poder se le cuela al personaje narrador entre sus notas, a mí la novela se me está colando en la vida y el personaje narrador está resultando palimpsesto mío.
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