Sucede que cuando leo a los norteamericanos o a los europeos, me muero por ir a uno de los nuestros. Reinaldo Arenas, ya lo dije, es infalible. Pero sólo aguanto una dosis. Después de eso huyo nuevamente a esa prosa sólida, ordenada, ese lenguaje como ramilletes de moléculas inextricables que tienen los europeos.
Pienso que con esta novela en la que trabajo, el lenguaje no puede expandirse mucho, ni derivarse en largas vainas o robustos racimos. Tiene que ser preciso, sólido, fluido. Temo, como siempre, el lenguaje. Temo, como siempre, estar contando una historia que no dice nada.
Pero Sebald me salva. Qué manera de parecer que no se dice nada, o que se dice cualquier cosa de cualquier persona. Y qué forma de hacerlo, qué forma de derivar el lenguaje como fuertes puentes sin argamasa. O quizá Sebald me condena: ¿cómo demonios lo logra?
Pienso que con esta novela en la que trabajo, el lenguaje no puede expandirse mucho, ni derivarse en largas vainas o robustos racimos. Tiene que ser preciso, sólido, fluido. Temo, como siempre, el lenguaje. Temo, como siempre, estar contando una historia que no dice nada.
Pero Sebald me salva. Qué manera de parecer que no se dice nada, o que se dice cualquier cosa de cualquier persona. Y qué forma de hacerlo, qué forma de derivar el lenguaje como fuertes puentes sin argamasa. O quizá Sebald me condena: ¿cómo demonios lo logra?
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