Ya había hablado aquí del libro Conversaciones con António Lobo Antunes. Me había faltado leer la entrevista con sus padres. Lo había dejado pendiente porque necesitaba seguir en el mood y reflexión de su lectura.
Y la leí y me maravilló ver esa mirada de los padres muy ancianos sobre sus hijos ya viejos. Es de distancia, dudas, silencios, pero es una mirada constante. Como si los padres nunca dejaran de ver a sus hijos a pesar de la lejanía que coloca la adultez. Es triste verlo y a la vez alentador. Supongo que llega un momento en que los hijos son otra cosa de lo que logramos, que se han hecho a sí mismos durante más tiempo que el que dedicamos a la crianza. Los hijos tienen sus decepciones, desventuras, se van haciendo más amargos o desencantados, o más armoniosos y equilibrados... Pero eso lo logran al margen de los padres. Y aunque podría ser una sensación liberadora, en esa conversación con los padres de Lobo Antunes vi tristeza, preocupación, una dolorosa distancia, que no es lejanía, sino la mirada constante pero a lo lejos, incluso muy lejos.
Pienso en mi padre. He llegado a los 44 años; he pasado más tiempo de mi vida al margen de la formación parental. Y cuando hablamos a veces percibo esa mirada de él: extrañeza ante lo que soy (¿de dónde salió esto tan diferente a mí?, pareciera preguntarse), también orgullo; pero hay mucho de silencio, distancia, desconocimiento, incomprensión. Y sin embargo una mirada amorosa, benevolente, y sobre todo constante.
Y la leí y me maravilló ver esa mirada de los padres muy ancianos sobre sus hijos ya viejos. Es de distancia, dudas, silencios, pero es una mirada constante. Como si los padres nunca dejaran de ver a sus hijos a pesar de la lejanía que coloca la adultez. Es triste verlo y a la vez alentador. Supongo que llega un momento en que los hijos son otra cosa de lo que logramos, que se han hecho a sí mismos durante más tiempo que el que dedicamos a la crianza. Los hijos tienen sus decepciones, desventuras, se van haciendo más amargos o desencantados, o más armoniosos y equilibrados... Pero eso lo logran al margen de los padres. Y aunque podría ser una sensación liberadora, en esa conversación con los padres de Lobo Antunes vi tristeza, preocupación, una dolorosa distancia, que no es lejanía, sino la mirada constante pero a lo lejos, incluso muy lejos.
Pienso en mi padre. He llegado a los 44 años; he pasado más tiempo de mi vida al margen de la formación parental. Y cuando hablamos a veces percibo esa mirada de él: extrañeza ante lo que soy (¿de dónde salió esto tan diferente a mí?, pareciera preguntarse), también orgullo; pero hay mucho de silencio, distancia, desconocimiento, incomprensión. Y sin embargo una mirada amorosa, benevolente, y sobre todo constante.
Comentarios