Hubo un tiempo en que también hubo silencio (mi adolescencia). Hubo agorafobia (mi adolescencia y recaídas eventuales). Y el lenguaje quedó adentro, debajo, muy debajo. Ahí podía leer, pensar, incluso escribir; pero no hablar. Para hacerlo tenía que pasar mil capas y filtros, y no siempre el proceso se libraba con éxito.
En este silencio después de mis 40 años, el lenguaje se diluyó. O se enterró tan profundamente que ni siquiera podía ver las palabras al fondo del pozo para meter la mano y atraerlas. No había palabras. No había lenguaje. No había decir.
Un día entenderé exactamente qué sucedió.
*Obra plástica de Maho Maeda
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