Era de noche (no la mejor noche) cuando llegó el correo: Las pruebas de Llama, mi poemario próximo a publicarse por Libros del Umbral.
Como siempre me sucede, las alegrías me llegan en soledad, sin que sean las horas o las condiciones adecuadas para compartirlas (de las tristezas nada digo, siempre son inoportunas).
Decía: Sí, ahí estaban las galeras. Limpias, letra menuda, tipografía perpetua (con el solo nombre basta para decir que es lo que quiero: perpetua como la vida espiritual que ahí se despliega, perpetua como mi Jünger le decía a su primera esposa, perpetua como el ethos de la palabra).
Y ahí estaba su mail acompañante. Como siempre, oliendo a bosque, a lluvia, a tizanas, a letras, a libros, a otros continentes, a un mar grande por cruzar cuantas veces sea necesario de generación en generación, a pensamientos claros, a letras pulcras y cálidas, a silencios. Sí, ese es mi editor.
Como siempre me sucede, las alegrías me llegan en soledad, sin que sean las horas o las condiciones adecuadas para compartirlas (de las tristezas nada digo, siempre son inoportunas).
Decía: Sí, ahí estaban las galeras. Limpias, letra menuda, tipografía perpetua (con el solo nombre basta para decir que es lo que quiero: perpetua como la vida espiritual que ahí se despliega, perpetua como mi Jünger le decía a su primera esposa, perpetua como el ethos de la palabra).
Y ahí estaba su mail acompañante. Como siempre, oliendo a bosque, a lluvia, a tizanas, a letras, a libros, a otros continentes, a un mar grande por cruzar cuantas veces sea necesario de generación en generación, a pensamientos claros, a letras pulcras y cálidas, a silencios. Sí, ese es mi editor.
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