A ti, Marce, que no puedo decirte más palabras que aquellas que escribí cuando despedí a mi madre.
La partida
Rosario y cruz
abiertos quedaron sobre el pecho. Aro
por el que vivaz saltó el espíritu.
La sombra del infinito
ágil retoza en la habitación.
Abraza.
El sol da en el rostro
macilento,
en sus labios azules;
devela el inicio
de su estupor ante el que Es.
No hay rastro de agonía.
La sábana brusca envuelve
aquel cuerpo
deshabitado.
Y recuerdo al Rey
antes del tercer día
y su temblor
Con júbilo veo partir
la carroza entre las siemprevivas,
y el alma hacia la fiesta
imperecedera.
Comentarios