
El domingo madrugué y estuve en silencio hasta mediodía. Así que tuve tiempo de ver stalker, de Andrei Tarkovsky.
El buen cine enseña técnicas narrativas, siempre y cuando uno las convierta en técnicas literarias y no las utilice meramente como una visualización de la escena.
Pensaba que hay novelas que nacen a partir de una historia y luego en ella sus personajes dicen lo que se tiene que decir. Hay otras novelas cuyo origen es decir, y entonces hay que buscar la historia que mejor diga lo que el autor quiere decir.
Stalker es un ejemplo del querer decir y buscar la historia (aunque Tarkovsky se basó en un cuento para su película). Es también un buen ejemplo de la selección de elementos que añade a la escena: los decorados, los colores, el extraño perro negro, los paisajes. Cada fierro oxidado, cada color, cada sonido tiene un sentido en la construcción de la historia y los personajes.
Los diálogos de los personajes principales (El Escritor, El Profesor, El Stalker) son casi posturas ensayísticas (cada personaje simboliza un paradigma de pensamiento), sin embargo, aparecen tan humanizados. Como espectadores tenemos justo información mínima sobre la vida de cada uno que justifican las reflexiones que vierten a lo largo de la historia, y estas posturas intelectuales son conmovedoras vistas a la luz de la vida de cada personaje.
Recordé con nostalgia mi encuentro con Tarkovsky, en el 88, que fue justo a través de Stalker. A medianoche iniciaba un ciclo de cine, dedicado al cine ruso, luego italiano, francés. Y en el ciclo ruso entré de lleno en Tarkovsky. Durante años no pude hablar con nadie sobre este cineasta que fue una influencia muy fuerte para mí. Y quizá esa experiencia única y no compartida me llevó a atesorar su influencia de manera más profunda.
Comentarios
En el 88 Tarkovsky fue algo así: una especie de epifanía que no podía compartir. Casi parecía inexistente. Gracias por pasar por aquí y ser pretexto para tocar temas lejanos. En este blog la línea de tiempo no parece tal.