
Conocí a Leonard Cohen, como a casi todos, tardíamente. Una oficina de 4 x 4 sin ventanas en una dependencia gubernamental fue el lugar. Adentro, además de humores, talantes y olores, nos concentrábamos un grupo ecléctico de gente creativa y pensante. Javier Quiñones, nuestro realizador de TV, llegó con ese susurro grave, sosegado, apacible. En la ronda de música que alternábamos durante el día, su aportación siempre era Cohen.
Cohen no volvió a separarse de mí. Fue él. Me llegaba por todos los medios, por todos los emisarios. Y también por todos mis intereses: la música, la poesía, la simplicidad, la espiritualidad.
Ahora lo anuncian como Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Y es tanta mi sorpresa como mi alegría.
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