Llevé Fantasmas de Paul Auster para leer en mi viaje: parte de La trilogía de Nueva York, un volumen ligero, tan breve como conviene a unas vacaciones colmadas de actividad.
Hace algunos años lo había leído. Pero la lectura no es igual cuando estás en el verano de Hermosillo, ciudad horizontal, donde todo mundo nos conocemos, a leerlo en esa ciudad llena de nieve, con edificios interminables, llenos de ventanas uniformes e impersonales.
No es lo mismo la vida de Blanco, Azul y Negro cuando ves a tantos Blancos, Azules y Negros en la calle: gente que rehuye la mirada para disipar cualquier rasgo personal; gente vestida de negro hundida en sus abrigos, sombreros, gorros y bufandas, para homogenizarse a pesar de las diferencias raciales, sociales, religiosas y lingüísticas que conviven en las mismas calles.
Desde la ventana de mi hotel era perfectamente imaginable un Azul en algún departamento anónimo de enfrente, con una vida vacía, sólo ocupada por los gestos espejo de Negro desde el otro lado de la ventana: yo.
*Foto: Vista desde la ventana de mi hotel.
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