Antes, en mi adolescencia, el silencio sólo era externo. Por dentro el lenguaje tenía una intensa actividad: pensamiento, ideas, conciencia. La lectura era mi principal alimento. Podía leer y en mi interior se tejía la red del lenguaje: se intercomunicaba mi conciencia con la palabra, se generaban ideas mentales que luego podía escribir. No podía hablarlas. Pero sí escribirlas. El lenguaje traspasaba la conciencia y fluía al papel como si en ese trayecto no existieran todas esas capas que requería sortear para hablar.
Ahora el silencio era externo e interno. Dentro sólo había ese vocerío confuso, inconforme, molesto, triste, a veces lleno de rabia, un balbuceo doloroso que patinaba en su propio fango. Eso, el lenguaje era fango, deforme, informe.
No sólo estaba impedida a hablar, estaba impedida a leer y reconocer el lenguaje. No sólo era un problema de expresión sino de registro, decodificación, interpretación.
No hablar, no escribir, no leer. Ese sí es silencio. Así fue mi silencio.
*Fotografía de Yuki Onodera, Look out the window, No. 19, 2000
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un abrazo.........Marce.