"Lee como escritora".
Obedecí.
Mi ejemplar de La insoportable levedad del ser (que compré usado a Javo) quedó todo rayoneado en sus márgenes laterales, en la parte superior e inferior, por el revés y el envés.
Leer a Milán Kundera es un lujo.
1. MK puede darse el lujo de reflexionar en un tono ensayístico sobre una teoría, foto, sueño, visión, viñeta sobre música o historia, y luego saltar hacia la vida de sus personajes. Con esa información, que a algunos les parece digresiva, ilumina a cada uno de ellos, dándole un sentido dentro de la historia y de la estructura literaria.
2. MK se da el lujo de conmovernos con sus personajes y, en medio de ese estrujamiento, puede decirnos: Estos personajes no existen, yo los hice, cada uno son una posibilidad que yo tuve de ser.
3. MK puede darse el lujo de hacernos sentir el dolor por la pérdida de sus personajes. Los mata frente a nuestras narices. Ni siquiera eso: nos revela el engaño. Nos engatuza vilmente. Y sabiendo que los personajes no son reales -ni siquiera en el sentido en que un libro de ficción nos los hace reales-, le lloramos a Franz, a Sabina, a Teresa, a Tomás. Y decidimos hacer caso omiso. Te equivocas, Kunderita: sí existen, ¿cómo chingados no?
4. MK puede darse el lujo de continuar contándonos la vida de sus personajes, desde donde los detuvo antes de decirnos que eran invención suya. Y no sólo eso, sino que vienen las páginas más conmovedoras, e incluye a un nuevo personaje: Karenin. La buena perra Karenin. Y nos subimos al tren emocional de Tomás y Teresa, en la casa de campo, el último reducto que la vida y el sistema les han dejado, mientras ven morir poco a poco a su perra, y mientras van liberándose cada vez más de las sombras y taras interpuestas en su relación.
5. MK se da el lujo de anticiparnos la muerte de Tomás, de Teresa, de Franz, incluso de Karenin, y de ofrecernos todavía más de ellos, a sabiendas de que ya están muertos, y ¡deja tú! ¡A sabiendas de que son una mera invención del autor que descaradamente nos lo dice!
Es un lujo que se aprende, que estruja, que hace sentir la literatura y el misterio del ser humano. Y como todo lujo, se extraña cuando ya no se le tiene.
Pero vuelvo a obedecer: Paul Auster ya me pilló en su Ciudad de cristal. Ya tengo unos rayones.
Obedecí.
Mi ejemplar de La insoportable levedad del ser (que compré usado a Javo) quedó todo rayoneado en sus márgenes laterales, en la parte superior e inferior, por el revés y el envés.
Leer a Milán Kundera es un lujo.
1. MK puede darse el lujo de reflexionar en un tono ensayístico sobre una teoría, foto, sueño, visión, viñeta sobre música o historia, y luego saltar hacia la vida de sus personajes. Con esa información, que a algunos les parece digresiva, ilumina a cada uno de ellos, dándole un sentido dentro de la historia y de la estructura literaria.
2. MK se da el lujo de conmovernos con sus personajes y, en medio de ese estrujamiento, puede decirnos: Estos personajes no existen, yo los hice, cada uno son una posibilidad que yo tuve de ser.
3. MK puede darse el lujo de hacernos sentir el dolor por la pérdida de sus personajes. Los mata frente a nuestras narices. Ni siquiera eso: nos revela el engaño. Nos engatuza vilmente. Y sabiendo que los personajes no son reales -ni siquiera en el sentido en que un libro de ficción nos los hace reales-, le lloramos a Franz, a Sabina, a Teresa, a Tomás. Y decidimos hacer caso omiso. Te equivocas, Kunderita: sí existen, ¿cómo chingados no?
4. MK puede darse el lujo de continuar contándonos la vida de sus personajes, desde donde los detuvo antes de decirnos que eran invención suya. Y no sólo eso, sino que vienen las páginas más conmovedoras, e incluye a un nuevo personaje: Karenin. La buena perra Karenin. Y nos subimos al tren emocional de Tomás y Teresa, en la casa de campo, el último reducto que la vida y el sistema les han dejado, mientras ven morir poco a poco a su perra, y mientras van liberándose cada vez más de las sombras y taras interpuestas en su relación.
5. MK se da el lujo de anticiparnos la muerte de Tomás, de Teresa, de Franz, incluso de Karenin, y de ofrecernos todavía más de ellos, a sabiendas de que ya están muertos, y ¡deja tú! ¡A sabiendas de que son una mera invención del autor que descaradamente nos lo dice!
Es un lujo que se aprende, que estruja, que hace sentir la literatura y el misterio del ser humano. Y como todo lujo, se extraña cuando ya no se le tiene.
Pero vuelvo a obedecer: Paul Auster ya me pilló en su Ciudad de cristal. Ya tengo unos rayones.
Comentarios