Sigo en buena sintonía con la novela. Anoche tuve una nueva motivación: hablé por teléfono con mi padre. Teníamos meses sosteniendo conversaciones cálidas pero escuetas. Anoche abrí la puerta. Su puerta. Duramos más de una hora charlando. ¿El tema? Claro, los aviones.
Me precisó marcas de aviones, diferencias entre unas y otras (sobre todo, desde el punto de vista del piloto), y me dictó el alfabeto aéreo, que de niña recitaba por mero divertimento y que ya había olvidado.
Pero lo más valioso es la luz que me dio sobre uno de los personajes. Al tratar la novela de 3 pilotos principales, con motivaciones muy propias para volar, he relacionado a cada uno de estos personajes con un elemento.
Gabriel es aire, por ello tiene nombre de ángel, tiene formación de piloto acróbata y todo su lenguaje transita en el campo semántico del aire, cielo, vuelo. Volar para él es ir al lugar al que pertenece, con dolor de regresar.
Pedro es tierra, por ello el nombre asociado a roca; su motivación para volar es terrenal: sacar adelante a su familia, pero también el placer de ver desde lo alto la tierra para comprenderla, conocerla, amarla. Volar es despegarse del la tierra para volver a ella.
Daniel. El hijo de Pedro y sobrino-nieto de Gabriel tenía que ser la unión entre tierra y aire; y el fuego me pareció ese elemento. Por ello el nombre Daniel: el profeta apasionado, que veía carros de fuego entre las nubes. Su relación con el vuelo es fogoso, pasional. Toda su libido está dirigida al vuelo, al avión, al motor, a la naturaleza a la que se sana y hiere al mismo tiempo.
Cuando anoche le pregunté a mi padre por qué cambió un avión de 235 caballos de fuerza por uno de 300 caballos, me dijo: “El de 235 cualquiera lo vuela, hasta la más pequeña de mis nietas; el avión te lleva. En cambio al de 300 caballos tú tienes que volarlo; tú lo llevas”.
Me pareció una razón perfecta para Pedro. Es maravilloso descubrir como creadora que la lógica interna que has trazado para los personajes tiene una conexión fuerte con la realidad y con la verosimilitud.
Por supuesto reforzaré el dato: Gabriel vuela un 235 caballos; Pedro un 300.
Me precisó marcas de aviones, diferencias entre unas y otras (sobre todo, desde el punto de vista del piloto), y me dictó el alfabeto aéreo, que de niña recitaba por mero divertimento y que ya había olvidado.
Pero lo más valioso es la luz que me dio sobre uno de los personajes. Al tratar la novela de 3 pilotos principales, con motivaciones muy propias para volar, he relacionado a cada uno de estos personajes con un elemento.
Gabriel es aire, por ello tiene nombre de ángel, tiene formación de piloto acróbata y todo su lenguaje transita en el campo semántico del aire, cielo, vuelo. Volar para él es ir al lugar al que pertenece, con dolor de regresar.
Pedro es tierra, por ello el nombre asociado a roca; su motivación para volar es terrenal: sacar adelante a su familia, pero también el placer de ver desde lo alto la tierra para comprenderla, conocerla, amarla. Volar es despegarse del la tierra para volver a ella.
Daniel. El hijo de Pedro y sobrino-nieto de Gabriel tenía que ser la unión entre tierra y aire; y el fuego me pareció ese elemento. Por ello el nombre Daniel: el profeta apasionado, que veía carros de fuego entre las nubes. Su relación con el vuelo es fogoso, pasional. Toda su libido está dirigida al vuelo, al avión, al motor, a la naturaleza a la que se sana y hiere al mismo tiempo.
Cuando anoche le pregunté a mi padre por qué cambió un avión de 235 caballos de fuerza por uno de 300 caballos, me dijo: “El de 235 cualquiera lo vuela, hasta la más pequeña de mis nietas; el avión te lleva. En cambio al de 300 caballos tú tienes que volarlo; tú lo llevas”.
Me pareció una razón perfecta para Pedro. Es maravilloso descubrir como creadora que la lógica interna que has trazado para los personajes tiene una conexión fuerte con la realidad y con la verosimilitud.
Por supuesto reforzaré el dato: Gabriel vuela un 235 caballos; Pedro un 300.
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