La noticia de la muerte de Monsiváis se amortiguó con la visita de mi papá por el día de su festejo.
Pero ahora que despedí a mi padre, también tengo alma para despedir a don Carlos Monsiváis.
Sin pudor lo cuento siempre. Mi niñez en Guaymas no me dio para más que los programas de Octavio Paz en la noche y los domingos de televisión con "Para gente grande" que conducía Ricardo Rocha.
En este programa de televisión, don Carlos era infaltable. Me atrapaban su cara de dolor ecuánime, su voz aflojerada y firme, sus mirada sobre la realidad más nimia o compleja. ¿Qué es eso que hace? ¿Cómo es que lo hace?, me preguntaba intrigada. Se me antojaba hacer eso, hablar de todo, hacer que pareciera sencillo pensar y, más todavía, expresar lo que se pensaba.
En mi imaginario infantil y luego adolescente, Monsiváis era El Intelectual. Eso que estaba más allá del escritor. O más acá, más cercano.
Con el tiempo, muchas figuras se me desmoronaron. Incluso muchas que no merecían desmoronarse, pero que acabaron haciéndolo irremediablemente, y sin más razón que los matices con los cuales disentía.
Carlos Monsiváis siempre siguió ahí. Coherente con su forma de pensar y vivir, pero sin que esa coherencia lo hiciera predecible. Agudo, crítico hasta con su flanco. Nunca chato ni miope. Entretenido, presente siempre en los medios y siempre independiente de ellos.
Da gusto que una figura como él hubiera cultivado tantos acuerdos dentro de la diversidad. Da tristeza que en un México ciego, cerrado, polarizado y sin brújulas como parece actualmente, estas figuras nos abandonen.
Qué fea costumbre esa de irse de dos en dos o de tres en tres al otro mundo, como las señoritas que nunca se van solas al baño en un baile.
Pero ahora que despedí a mi padre, también tengo alma para despedir a don Carlos Monsiváis.
Sin pudor lo cuento siempre. Mi niñez en Guaymas no me dio para más que los programas de Octavio Paz en la noche y los domingos de televisión con "Para gente grande" que conducía Ricardo Rocha.
En este programa de televisión, don Carlos era infaltable. Me atrapaban su cara de dolor ecuánime, su voz aflojerada y firme, sus mirada sobre la realidad más nimia o compleja. ¿Qué es eso que hace? ¿Cómo es que lo hace?, me preguntaba intrigada. Se me antojaba hacer eso, hablar de todo, hacer que pareciera sencillo pensar y, más todavía, expresar lo que se pensaba.
En mi imaginario infantil y luego adolescente, Monsiváis era El Intelectual. Eso que estaba más allá del escritor. O más acá, más cercano.
Con el tiempo, muchas figuras se me desmoronaron. Incluso muchas que no merecían desmoronarse, pero que acabaron haciéndolo irremediablemente, y sin más razón que los matices con los cuales disentía.
Carlos Monsiváis siempre siguió ahí. Coherente con su forma de pensar y vivir, pero sin que esa coherencia lo hiciera predecible. Agudo, crítico hasta con su flanco. Nunca chato ni miope. Entretenido, presente siempre en los medios y siempre independiente de ellos.
Da gusto que una figura como él hubiera cultivado tantos acuerdos dentro de la diversidad. Da tristeza que en un México ciego, cerrado, polarizado y sin brújulas como parece actualmente, estas figuras nos abandonen.
Qué fea costumbre esa de irse de dos en dos o de tres en tres al otro mundo, como las señoritas que nunca se van solas al baño en un baile.
Comentarios
Abrazos,
Eidania.
En el inmediatismo que vivimos lo olvidamos. También aquellos que deberíamos pretender lo duradero.
Abrazo, Eidania. Espero que pronto disfrutes tus vacaciones o las de tus niños.
- Si, gracias a Dios vienen las anheladas vacaciones, gracias por tus deseos y mira que sí hace falta disfrutar mas tiempo con los hijos y ellos siempre demandan mas; igual para tí Antonieta.
Un abrazo;
Eidania.