Me habló de La noche de Tlatelolco, un libro de Elena Poniatowska. Me habló de él en secreto, "porque las paredes oyen" y "el gobierno mató y torturó a estos jóvenes por oponerse y hablar mal de él".
El corazón me brincaba.
Por eso cuando vi en una librería el título, quise comprarlo. Y ella me apoyó. Lo apreté contra mi pecho para que nadie viera la portada de soldados en altocontraste.
Lo leí y me parecía que en cualquier momento la sangre pegajosa que quedó en la plaza se colaría por debajo de la puerta de mi habitación. Mi insomnio daba paso a pesadillas, donde jóvenes con miradas deshabitadas por la succión del terror me detenían el paso, muertos en el suelo, tirados como sacos de una harina con gorgojos.
Era una niña de 12 años.
No me pregunté entonces, como ahora lo hago, por qué mi madre sabía de esos libros y de otros, si sólo estudió la primaria.
Pero sé que ella me enseñó a no olvidar.
El corazón me brincaba.
Por eso cuando vi en una librería el título, quise comprarlo. Y ella me apoyó. Lo apreté contra mi pecho para que nadie viera la portada de soldados en altocontraste.
Lo leí y me parecía que en cualquier momento la sangre pegajosa que quedó en la plaza se colaría por debajo de la puerta de mi habitación. Mi insomnio daba paso a pesadillas, donde jóvenes con miradas deshabitadas por la succión del terror me detenían el paso, muertos en el suelo, tirados como sacos de una harina con gorgojos.
Era una niña de 12 años.
No me pregunté entonces, como ahora lo hago, por qué mi madre sabía de esos libros y de otros, si sólo estudió la primaria.
Pero sé que ella me enseñó a no olvidar.
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