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Pagar con sangre

Una bolita. Un doctor. La suerte que hay seguro popular. La suerte que Ana se cuida. Exámenes. Estudios. Doctores. Sí, una bolita.
–Doña, me van a operar –me anuncia con el mismo tono que cuando me dice: le llegó el bill de la luz.

Más estudios. Fechas programadas. Y preguntas mías: ¿quién la cuidará? Su única hija vive fuera, el hijo mayor apenas se sostiene en pie por el cristal que consume, el hijo menor nunca ha trabajado ni quiso seguir estudiando la secundaria y no suele levantarse de un sillón donde ve la tele todo el día (ahora la ve en Nogales, porque vive allá con unos amigos). ¿Quién la cuidará?

Le digo que puede convalecer en casa. Que pediré permiso para cuidarla. Ana se ríe como diciendo: qué ocurrencia. Yo soy SU patrona. Pero ella no sabe que es MI Ana. Nunca se lo he dicho. Nunca he podido decirle el cariño que le tengo, lo importante que es para mí. Nos hablamos de usted. Nos hablamos con educación. Nos contamos cosas muy personales. Pero siempre de usted. Siempre sin involucrarnos sentimentalmente una con la otra. Mis preguntas: ¿por qué?

Un día me dice que la cuidará su hermana Loli. Yo la conozco. Viene a mi casa. Llegó a trabajar aquí cuando Ana se iba en semana de pascua a trabajar a Kino. Loli tuvo un novio que fue llamado el hombre de la casa. Cuando se caía la persiana Ana me avisaba: ¿Le llamo al hombre de la casa? Cuando se inundaba la alfombra porque el agua se había trasminado por la lluvia, ¿le llamo al hombre de la casa? Y el hombre de la casa llegaba con sus máquinas, sus herramientas y lo solucionaba todo. Cuando terminaron Loli y Abraham lo extrañamos más Ana y yo que Loli misma.

Ana me dice que necesita sangre para la operación y nadie puede darle: menganito es alcohólico, sutanito es drogadicto, menganita es diabética, sutanita está anémica. No se preocupe, Ana, le digo. Yo le consigo. Pienso en nombres y nadie aparece. Ana es MI Ana.
–¿Me consiguió la sangre, doña?
–Yo le daré, Ana.

Y Ana se ríe como diciendo qué ocurrencia y luego me pregunta: ¿Usted? ¿Por qué?
Pero yo no puedo decirle: Porque es MI Ana, porque la quiero, porque es importante para mí. Sólo le respondo: Porque sí, porque estoy sana, y porque puedo, y porque quiero, porque sí.

El 28 de noviembre operan a Ana. El 10 de noviembre debo donar mi sangre.

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