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Agendas que desentrañan los cuidados y las asimetrías


En una exposición de Remedios Varo en el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México encontré, entre una selección de bocetos, obras, objetos, cartas, una agenda telefónica. 

Ahí venían los nombres y teléfonos de su expareja Benjamin Peret, de un plomero, del señor de los pisos, del señor de las persianas, y el de la señora Panchita. 

Entre ese mundo pletórico de imaginación, pensamiento, arte, surrealismo, emergía lo otro: el mundo doméstico y cotidiano de Remedios.

Lo doméstico no escapa de la artista más exquisita, sublime, imbuida en lo onírico. Porque si las labores propias de un hogar no las hacen las mujeres, ¿quiénes las harán? Es una pregunta que parece salida de boca de una madre enrabiada, pero más cercana a la realidad de lo que nos gustaría aceptar.

Apenas el año pasado se publicó un libro de Brigitte Benkemoun, Je suis le carnet de Dora Maar (o Finding Dora Maar: An artist, an address book, a life). Y habla cómo, en búsqueda de una agenda idéntica a las que acostumbraba comprar su marido, encontró en eBay una agenda, que resultó ser la de Dora Maar, sin saber bien quién era ella. A través de algunos números y direcciones, que van de los de Lacan y Picasso a los del plomero y el arquitecto, Benkemoun rastrea las pistas que le revelan a Dora Maar. Y escribe “Una persona que guarda el número telefónico del plomero en su agenda no está totalmente al margen de la realidad”.

En una exposición que le dedicaron a Frida Kahlo en Bellas Artes incluyeron sus listas de compra. Y este recuerdo me llevó a la Casa Estudio de Frida Kahlo y Diego Rivera, con ese espacio enorme para la creación de la obra de Diego, y que, en cambio, en el área que ocupaba Frida, mucho más estrecha (y entiendo la diferencia entre los formatos que ambos trabajaban), estaba la cocina: un espacio y una labor impuestos, de los que ella debía hacerse cargo.

Debo admitir que esos guiños donde se atisba la convivencia entre el mundo pragmático, logístico que conlleva un hogar, con la imaginación y la creación me provocan algo de simpatía, porque es un terreno que conozco y en el que coincido; pero también encuentro algo que me molesta. ¿Por qué nosotras? O: ¿por qué sólo nosotras? Esas reminiscencias de lo doméstico, ¿también se exponen cuando el protagonista es un artista hombre? ¿No es acaso que esa información aparentemente de color tiene una perversa intención de querer recordarnos cuál es el papel que nos ha dado el patriarcado, por muy artistas que seamos? 

También me he preguntado qué impronta permanece en nuestra creación cuando nunca podemos despegarnos del todo de las labores domésticas. ¿Hay algún impacto en la obra? ¿O en la forma de ser creadoras? Y las respuestas que atino no están exentas de cierta ingenuidad. Tiendo a pensar que sí, y que nos dota de una perspectiva más realista y humana. Pero también me pregunto si las responsabilidades hogareñas que nos han endilgado no han hecho que nuestra creación sea vista de manera distinta, como ese cuartucho con una cocina como imposición y mandato que le construyeron a Frida; como la agenda con el mundo cotidiano usurpando el misterio; o como la etiqueta de “musa de Picasso” que le sellaron a  Dora Maar, invisibilizando su arte mismo, y la profunda influencia que tuvo en él respecto a su pensamiento político y la proyección de su arte.

Si nos planteo como mujeres desligadas de la creación, también hay un rastro agridulce. He visto agendas desbordadas de teléfonos, direcciones, nombres, proveedores de servicios, médicos de diversas especialidades, mamás de las amistades de las hijas y los hijos; junto a recetas, bitácoras de medicamentos, menús para el día, citas literarias que se han querido atesorar en medio de la vocinglería cotidiano. ¿Qué historias han quedado aletargadas? ¿Cuántas aficiones desplazadas, cuántas carreras profesionales interrumpidas o fracasadas; cuántos grados académicos o lecciones inalcanzables mientras se cría a hijos, hijas, mascotas; mientras se cocina, se llama al plomero, al albañil, al electricista; mientras se sana a las criaturas enfermas; mientras se friegan los pisos y se pulen los platos?

¿Cómo impacta lo doméstico nuestras vidas? En México, aproximadamente 90 millones de personas mayores de 12 años realizan labores de cuidados en sus hogares sin recibir remuneración. Pero veamos cómo afecta en las oportunidades laborales, de desarrollo, desempeño profesional: del total de horas que son destinadas a la labor de cuidados, 71% son realizadas por mujeres, afectando sus oportunidades laborales; y más de la quinta parte de de ellas son mujeres entre 20 y 39 años, la edad de mayor potencialidad en cuanto a desarrollo, formación, crecimiento. Y, sin embargo, este rayo paralizante que es el trabajo no remunerado en labores domésticas y de cuidados tiene un equivalente en valor al 23.5% del Producto Interno Bruto nacional. 

Recientemente se aprobó en la Cámara de Diputados el Sistema Nacional de Cuidados. Aunque si hablamos de la sobrecarga de las labores del hogar y de cuidados como un tema común entre mujeres, también nos resulta una realidad tan intrincada y privada que se nos dificulta pensar cómo el Estado podría promover relaciones más simétricas en estas responsabilidades, y convertir el derecho a cuidar y a ser cuidado en un derecho humano, es decir, desligado de cualquier situación laboral o contractual.

El dictamen “consagra la existencia de un sistema nacional de cuidados como una política de Estado que permita hacer efectivo el nuevo derecho a cuidar y ser cuidado y, a la vez, avanzar hacia la igualdad sustantiva y corresponsabilidad”. Enmarca como objetivo el “impulsar la corresponsabilidad social en los trabajos de ayuda entre familia, comunidad, mercado y Estado, para lograr una igualdad sustantiva entre hombres y mujeres, a través de la articulación de políticas, infraestructura y servicios públicos en esta materia”. También define que el estado no puede ser neutral, por ello, la incidencia debe extenderse a que los hombres asuman de manera igualitaria las tareas de cuidado; y que estas son de interés público. Convertir las leyes en actos no es una brecha del todo desbrozada; pero hoy podemos decir que tenemos una Ley de Cuidados como pocos países. Seguramente nuestras agendas seguirán desbordadas de recetas, números de terapeutas y plomeros, sesiones en Zoom para la escuela de las hijas y los hijos, listas de compra, bitácoras de limpieza; pero, quiero pensar, ya no como responsabilidades impuestas asimétricamente sobre los cuerpos de las mujeres, sino como el libro rojo lleno de sabiduría y soluciones de un hogar igualitario, corresponsable, equilibrado. Espero también que, entonces, en exposiciones veamos las agendas de los creadores hombres. O que ya no vuelvan a exhibir las de ellas. 

(Publicado originalmente en Revista Este País).

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