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El hartazgo tiene apellido: patriarcado


Hace un año, tanto niñas como adultas tomamos el espacio público, privado, virtual, como un golpe final a la mesa. No podíamos soportar ya #NiUnaMás.

El feminicidio de la niña Fátima fue ese caso detonador en el que se mezclaron todos los profundos problemas que se conjugan en cada uno de los 11 feminicidios diarios que sufren las mujeres en México: abandono de la niñez de parte de las personas adultas; una salud mental frágil, estigmatizada y agravada en la miseria y por un sistema de salud sin capacidad de atenderla; hombres adultos obsesionados con convertir a las niñas en juguete sexual; un sistema de justicia omiso y negligente que no funciona; las instituciones educativas que tampoco asumen su responsabilidad hacia niñas y niños; la violencia atroz y deshumanizante de una sociedad rota.

Eso declaramos: ya no somos capaces de soportar otro feminicidio más; ya no queremos saber de otro asesinato violento más y seguir adelante con nuestras vidas, como si nada, porque simplemente no podemos seguir con nuestras vidas. Estamos aterradas.

Esto fue a fines de febrero. Poco después, el 8 de marzo las mujeres hicimos un paro nacional e intergeneracional: suspendimos nuestra actividad en el mundo virtual, nuestras labores de cuidados, nuestro desempeño en el ámbito laboral y escolar. Quisimos mostrar cómo sería un día sin nosotras.

Aquellos días, antes de encerrarnos, pensamos que algo podríamos avanzar. Que las mujeres estábamos iniciando una nueva y profunda revolución.

Muy lejos estábamos de imaginar lo que vendría: la pandemia que nos confinó y exacerbó toda esa estructura patriarcal de abuso. Según la Red Nacional de Refugios, las llamadas de auxilio a los refugios de mujeres incrementaron 300 por ciento durante la pandemia; las políticas públicas de confinamiento recayeron en los cuerpos de las mujeres que, desde los cuidados, hemos tenido que actuar como escudo y resistencia en la pandemia.

A la vuelta de un año, cercanas al 8 de marzo, la conversación pública está dominada por el caso de Félix Salgado Macedonio, un candidato de Morena (no olvidemos que en este partido de izquierda militan mujeres feministas muy valiosas, que llegaron a espacios de decisión provenientes del activismo y del movimiento amplio de mujeres), quien tiene en su haber al menos cinco denuncias por violación sexual.

Y aun con ese historial, la decisión de registrarlo como candidato a la gubernatura de Guerrero se basa en una encuesta, cuya metodología y firma no se han revelado, con el argumento de que las acusaciones no llegaron a ser casos judicializados, y a la  justificación peligrosa y desconcertante de que “el pueblo manda” y ha elegido a Salgado Macedonio para gobernarlos. El “pueblo bueno” no se equivoca, ¿no es lo que la retórica limitada y sesgada de la presidencia ha machacado hasta la perversión? 

El que decide es “el pueblo bueno”. En ese pueblo estamos todas y todos. Toda esta sociedad desgarrada e infectada por el narcotráfico, la colusión de gobernantes e instituciones, por la descomposición social. Ese mismo “pueblo bueno”, que conformamos de manera amorfa y que nos ha convertido en el país número uno en abuso sexual infantil; el que ha convertido a nuestro país en uno de los lugares más peligros para las mujeres; ese “pueblo bueno” donde se ha generado una red proterva de motivaciones, accionadores, complicidades, normalizaciones, violencia aniquilante que son los feminicidios, con todos los correlatos violentos que derivan en revictimaciones y más muertes en el entorno de las víctimas. El mismo “pueblo bueno” que se pone del lado del victimario hombre, para culpar a las mujeres que son violadas, que no denuncian, o denuncian pero retiran la acusación por el acoso judicial que sufren, que no gritan, que no logran que esos violadores rompan con la red de impunidad; porque esa también debe ser tarea de las mujeres: evitar ser violadas, violentadas, burladas, despojadas de sus derechos; juzgar y punitivizar; hacer justicia.

¿Por qué el caso de Félix Salgado Macedonio se ha convertido en un tema en el que volvemos a coincidir las mujeres en la indignación, y nos tiene nuevamente en un estado de sublevación?

Porque es otro caso donde se mezclan los males de este país. Esos que no provienen de una sociedad rota, enferma, descompuesta, cuyo origen y destino parecen estar ligados de manera inextricable a la violencia; sino que provienen del poder, de las instituciones, de las redes de impunidad, de un sistema judicial corrompido, revictimizante. No es el pueblo bueno el que ha optado por Félix Macedonio; son sus compadres, sus padrinos, sus cómplices, sus protectores, sus promotores, sus normalizadores de violencias los que han optado por ungirlo.

Es la estructura patriarcal, sus pactos, sus supuestos, su complicidad, su burla, la que disfraza la impunidad con la capa de invisibilidad de “voluntad del pueblo bueno”, que prefiere darle el espaldarazo a un violador antes que proteger a la víctima. Y eso es aceptable porque así es la democracia, un concurso de popularidad que tiende su alfombra roja sobre los derechos humanos.

Es un estado de indefensión total. Justo cuando algunas teníamos la esperanza de sentirnos medianamente cobijadas por un régimen de izquierda, en el cual nuestros derechos como mujeres se suponen un eje prioritario. 

¿Qué ha cambiado en el discurso de izquierda que llevó al presidente al poder?, ¿qué ha cambiado en esa plataforma progresista con la que llegó en el 2018? El principal líder y fundador del Movimiento de Regeneración Nacional Morena está traicionando los principios fundacionales y su plataforma. 

Sus mismos estatutos les exigen “Desempeñarse en todo momento como digno integrante de nuestro partido, sea en la realización de su trabajo, sus estudios o su hogar, y en toda actividad pública y de servicio a la colectividad” (Art. 5) y que “La trayectoria, los atributos ético políticos y la antigüedad en la  lucha por causas sociales (…) serán vinculantes y valorados para quien aspire a ser candidato a  un cargo interno o de elección popular” (Art. 6). Bajo esos lineamientos, la supuesta Comisión de Honor y de Justicia del partido no debería devanarse los sesos para entender que Félix Salgado Macedonio tendría que renunciar a su candidatura e, incluso, a la militancia de Morena.

En la declaración de principios de Morena dice “Nos oponemos a las violaciones a los derechos humanos y a la corrupción gubernamental. Luchamos contra la violencia hacia las mujeres y contra cualquier forma de discriminación por razón de sexo, raza, origen étnico, religión, condición social, económica, política o cultural”. Y en el programa de Morena, también se asienta que este partidolucha por el reconocimiento de los derechos plenos a las mujeres, (…)  la necesidad de seguridad y vida libre de violencia en todos los ámbitos, la justicia expedita.

En tiempos electorales llama la atención que entre la plataforma electoral de 2018 y la de 2021 hay algunos cambios. En el proceso anterior, se hablaba tímidamente de Equidad de Género en el capítulo 8, “La patria con justicia y democracia a la que aspiramos debe respetar, promover y garantizar los derechos de las mujeres con políticas públicas incluyentes que aseguren la equidad efectiva entre mujeres y hombres y que atiendan las intolerables expresiones de violencia, abuso y acoso a las que están expuestas las primeras en todos los entornos sociales, en todas las regiones del territorio nacional, a todas horas del día”.

En la plataforma 2021, el capítulo se robustece y lo nombran “Libertad e Igualdad Sustantiva”, y expone como compromiso “desnaturalizar, prevenir, atender y sancionar la violencia a las niñas y mujeres de manera eficiente y eficaz, tanto en espacios públicos como privados, incluyendo la violencia institucional perpetrada por acciones u omisiones de los funcionarios del Estado; atender la violencia de género contra las mujeres perpetrada por acciones u omisiones de los funcionarios del Estado; acabar con la violencia feminicida y velar por una impartición de justicia con perspectiva de género”.

Esa plataforma es la que sostiene en el partido a mujeres del movimiento amplio feminista, que han legislado para definir y penalizar todo tipo de violencia (política, obstétrica, feminicida, simbólica, mediática, digital) en esta llamada legislatura de la paridad; que ha legislado por un Sistema Nacional de Cuidados; por garantizar el principio de Paridad en Todo; que intentó gravar con Tasa Cero los productos de gestión menstrual (y que fueron traicionadas en último momento por la cúpula de su partido); que tienen actualmente en dictaminación la minuta para despenalizar el aborto.

Y esas mujeres de izquierda que han llegado a espacios de decisión desde el compromiso, el activismo, la academia, el feminismo interseccional; las que han construido esos principios de igualdad sustantiva en su partido, lo han aupado y lo han llevado a las curules mayoritarias que hoy ocupan, son las que están siendo golpeadas y empujadas contras las cuerdas. No el presidente, no Félix Macedonio, no el dirigente del partido, no el “pueblo bueno” que se encaprichó en las encuestas en apoyo a un presunto violador. A ellas, las agraviadas, las traicionadas, son a las que se les exige tumbar tal candidatura.

A un año de las movilizaciones del 8 de marzo, cuando salimos a protestar por espacios seguros y libres de violencias, aterradas por los feminicidios que ya alcanzan a nuestras niñas, hoy nuevamente estamos en estado de sublevación, indignadas e indefensas ante quienes creímos que nos podrían responder: las instituciones, los gobernantes en un nuevo momento histórico en México, con la izquierda al poder. Hoy se nos revelan como son: una estructura patriarcal que nos tritura con sus fauces violentas, omisas y corruptas.

(Publicada originalmente en Revista Este País).


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