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Por encima de la fe, la libertad: hacia un entendimiento del derecho al aborto


En la gran discusión nacional sobre la despenalización del aborto, saltan a la vista algunas percepciones generales: es una discusión que ahora sí va en serio, ya sea en la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) o desde el Congreso del Unión (#SeráLey es la mantra repetida por feministas y grupos progresistas); México está en otro momento generacional, con menos resistencias al aborto; la Iglesia como cuerpo institucional se encuentra replegada por los escándalos de pederastia; y hay una discusión virtual que se limita a progresistas por un lado y a grupos provida por otro, que se desarrolla desde los propios monólogos. 

¿Pueden progresistas y grupos provida dialogar? De entrada se antoja un diálogo poco probable. Pero en la realidad se vuelve casi imposible, porque los lugares desde los cuales debaten son irreconciliables. Por un lado está la lucha por la progresividad de los derechos humanos y especialmente de las mujeres, es decir un plano feminista, natural y jurídico; y por otro está la prohibición del aborto desde una visión espiritual o religiosa, es decir el plano de la fe. Y progresistas y feministas no pueden discutir desde la teología, pues vivimos en un Estado laico; así como los grupos conservadores provida se niegan a dar prioridad a los derechos por encima de lo que ellos consideran la Ley de Dios. 

Es curioso que la jerarquía eclesiástica no esté muy activa en este momento del debate. Han dejado todo el peso de la lucha a los grupos provida, quienes se articulan en redes cuando hay un hito legislativo (parlamentos abiertos, foros, emisión de opiniones desde las diversas comisiones involucradas), o ahora que la SCJN presentará un proyecto de sentencia para despenalizar el aborto; pero aparecen y desaparecen como una estructura inmunológica agotada ante un virus fuerte y articulado del movimiento amplio de mujeres. 

La visión provida, por otra parte, se debilita aún más ante la realidad del país que estamos sufriendo: ¿puede alguien llamarse provida y enarbolar con pasión y congruencia esta bandera, en un presente lleno de feminicidios adultos e infantiles, descabezados, torturados, desollados, descuartizados, ejecutados, desaparecidos, empobrecidos, abandonados, traficados, con niveles de adicciones cada vez más altos? Podría ser una defensa apasionada y congruente si se encargaran de todos estos dramas. Pero no: ellos y ellas sólo se limitan a defender el embrión y su estatus de persona humana desde el momento de la concepción hasta el momento en que nacen, pues para entonces son abandonados a la deriva de sus circunstancias inciertas y adversas. 

Y aquí es donde hay una primera contradicción, en la cual no se repara; porque la visión provida está envuelta en este celofán naïve, bienintencionado, pero desbordado de pensamiento mágico; y porque para quienes buscan la progresividad de los derechos de las mujeres, ahora que se sienten más cerca de lograrlo, saben que debatir no es rentable. 

Aristóteles introdujo la diferencia entre ser contingente (ens contingens)  y ser necesario (ens necessarium)luego Santo Tomás de Aquino retomó estos, entre múltiples conceptos filosóficos, para integrarlos a la teología y al cuerpo del dogma y de la doctrina del catolicismo. Desde este concepto básico para la teología, ser necesario sólo puede ser Dios, porque no puede no existir. Sin embargo, las personas, los seres humanos e incluso el mundo, somos seres contingentes, no somos necesarios, pero sí posibles; podemos ser, pero podemos no ser, no es necesario que seamos. No ha sido necesario que seamos. Y así como es una idea central de la teología, es la principal contradicción de la iglesia y de los defensores provida.   

Visto desde la teología católica, la vida de una persona no es preexistente, la vida de un individuo no preexiste junto con Dios, no preexiste en su mente; esa es poesía bíblica, pero no es teología. La vida humana obedece a una serie de leyes naturales (para los creyentes, creadas por Dios), en toda su contingencia; es decir, con todas las probabilidades de que existiera o no.

Los grupos provida parecen defender la vida humana como si fuera necesaria. Y al defender esta visión, está equiparando al ser humano con Dios. Y no creo que nadie provida se atreva a sostener que Dios y humanos son entes iguales. ¡Vaya herejía! 

Por otra parte, hablan de la defensa de la vida, una defensa radical y sin condiciones, pues la vida es creación de Dios. Así que si un embarazo es producto de una violación, no al aborto; si la embarazada es una niña de 10 años, no al aborto; si la mujer que está embarazada no puede hacerse cargo material o emocionalmente de una criatura en su vida, no al aborto; si se está en un estado de guerra, de abandono, de desamparo, no al aborto. 

Sin embargo, en el Catecismo de la Iglesia Católica*, que regula la moral de los creyentes, la defensa de la vida tiene sus asegunes y sus pequeños permisos: sí a la legítima defensa (“El amor a sí mismo constituye un principio fundamental de la moralidad”, Art. 2264; “La legítima defensa puede ser no solamente un derecho sino un deber grave”, Art. 2265), sí a la guerra justa (“…no se podrá negar a los gobiernos el derecho a la legítima defensa”, Art. 2308) y sí a la pena de muerte (“la Iglesia ha reconocido el justo fundamento del derecho y deber de aplicar penas proporcionadas a la gravedad del delito, sin excluir, en casos de extrema gravedad, el recurso a la pena de muerte” , Art. 2266).

Y aquí es donde necesitamos hacer un alto. ¿Por qué estas muertes sí, y un aborto no? Si sostuviéramos el argumento de que un embrión es una vida humana. ¿Por qué no? Revisemos las causales. ¿No les parece, tanto a ojo de pájaro como en un análisis profundo, que aquí el tema es de género? Las muertes del ámbito masculino (porque el sistema bélico, legal, de defensa del patrimonio se han construido desde estructuras patriarcales) sí son permisibles desde la moral católica; el aborto no, porque el aborto implica la libertad de decisión de la mujer, implica la ruptura con el papel simbólico que se les ha dado a las mujeres (todas las mujeres somos madres, ejerzamos o no; lo seamos en acto  o en potencia, para regresar a un concepto filosófico), y porque implica el libre ejercicio de su sexualidad. Y nada más transgresor para la institución clerical, para su jerarquía, que la libertad sexual de las mujeres; nada más disruptivo, nada más rebelde, nada más en contrasentido, nada más atemorizante, nada más amenazante para el sistema patriarcal.

Los derechos no son una imposición; los derechos son inherentes al ser humano, por lo que no se otorgan, se reconocen; son intrínsecos, inherentes e inalienables a la condición humana. De igual forma, la fe no se impone a nadie, porque hasta en el dogma de la iglesia se sostiene que “El hombre, al creer, debe responder voluntariamente a Dios; nadie debe estar obligado contra su voluntad a abrazar la fe. En efecto, el acto de fe es voluntario por su propia naturaleza” (Art. 160). Es decir, antes que la fe está la libertad, anterior al acto de creer está el acto de voluntad. Quizá los defensores provida deberían recordar esto.

Reconocer derechos no significa obligarlos e imponerlos. Reconocer el derecho de las mujeres a decidir libremente sobre su cuerpo y destino, no significa obligar al aborto. Despenalizar el aborto no significa imponer el aborto: significa no criminalizar a las mujeres que decidan abortar. La fe, el credo, no está por encima de ninguna libertad. Lo dice su propio dogma de fe, lo establece su mismo catecismo; deberían leerlo, entenderlo y asumirlo como buenos cristianos que pretenden ser.

(Publicada originalmente en Revista Este País).

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