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Maternar en confinamiento

Antes de la pandemia, me preguntaba cómo podía combinar maternidad y escritura. Ahora esa pregunta parecía perder relevancia en el nuevo contexto: durante el resguardo, quienes maternamos lo hacemos en el aislamiento, sin esa red colaborativa con la que podemos contar: la escuela, docentes, los comedores escolares, las clases extraescolares, las y los abuelos, terapeutas, niñeras, otras mamás en el parque y los niños y niñas que juegan ahí, las amistades y familiares. ¿Quién busca un resquicio para vocaciones ahora más marginales que nunca?, me pregunto. 

(Y sí, muchos padres están presentes y ejerciendo una paternidad responsable y coparticipativa en el aislamiento. Pero ya ellos tendrán oportunidad de reflexionar y escribir sus experiencias; nosotras no cometeremos el error de escribir sobre ellas desde una visión ajena). 

Las experiencias compartidas con madres cercanas hablan de agotamiento, desbordamiento, soledad, incapacidad, falta de control, culpas, depresión, desánimo, desesperanza, estrés en grados límites.

Y así como el confinamiento nos ha enfrentado con un espejo de rostros lavados, de raíces revelando disolutas sus verdaderos colores en la cabellera, de ropa menos estilosa pero más cómoda, de manos maltratadas entre el jabón y el cloro, ante el mismo espejo nos estamos permitiendo como madres hablar del peso de la maternidad, sin guardar apariencias y sin edulcorar la labor.

Las pequeñas charlas en los encuentros en la escuela, o ese mundo idealizado en las tres horas que duran las piñatas, o en la hora del parque, nunca dan pie para hablar del entramado en el anverso de la maternidad. Nos han dicho por tanto tiempo que el embarazo es la dulce espera, que la maternidad es un privilegio, que hacemos acopio de toda nuestra energía para parecer a esas mujeres que vemos en la publicidad, en las películas, en los rostros de esas otras madres que lucen tan sonrientes, amorosas y con todo bajo control, pero que de igual manera fingen ser eso que suponen que nosotras somos: madres sonrientes, amorosas y con todo bajo control.  Ahora debemos permitirnos decirlo: ¿No es patético?

Ese desbordamiento por la labor maternal retornó a la idea prepandémica de combinar escritura y maternidad. Y el nuevo propósito parecía aupado por la oportunidad y la rebeldía de no querer ser solo la madre que trabaja, cuida y cocina. Así que durante las vacaciones laborales aproveché para investigar y buscar a escritoras, proyectos, editoriales, redes de visibilización y colaboración, talleres literarios, colectivas, que de alguna forma propusieran otro abordaje al que suele darse en los círculos literarios, eminentemente patriarcales, que se mueven más entre pactos de cantina que en redes colaborativas. 

Mi sorpresa fue que encontré proyectos (como Pensar lo domésticoEscritoras y CuidadosKaja Negra), talleres (como el de Brenda Navarro, Mi Casa es un Hogar; Contranarrativas, con varias mujeres desde varias disciplinas; el de Isabel Zapata, (Escritura desde la Maternidad) y el de Mariela Sancari (Álbum de familia), textos literarios (Casas vacías de Brenda NavarroTiempo de espera de Carmen RieraLinea nigra de Jazmina BarreraMientras las niñas duermen de Daniela ReaLas madres no de Katixa AgirreNueve lunas de Gabriela WienerPequeñas labores de Rivka Galchen, entre muchas otras) que me dieron la llave de las respuestas a todas mis carencias, preguntas, búsquedas literarias.

Y esa sensación abrumadora ante la maternidad tenía palabras y adjetivos que no nos atrevemos a nombrar y que no nos hemos permitido admitir: brutalidad, monstruosidad, invasión, usurpación, pérdida, violencia, disrupción, interrupción, drenar, vacío, ocupación, suplantación, dolor, sangre, enfermedad, desgaste, exigencia. Sin negar lo otro, que está ahí, y es lo que se ha ensalzado desde el patriarcado, quizá para convencernos de la maternidad como nuestra suprema misión: amor, benevolencia, creación, plenitud, generosidad, dulzura, fuerza, naturaleza, trascendencia, consideración, ternura, vida. Vida.

Muchas mujeres están escribiendo y reflexionando sobre maternidades. Antes quizá nos atrevíamos apenas a escribir sobre nuestras madres, como un acto de rompimiento, rebeldía, desagravio, reivindicación. 

Escribir ahora de maternidades no solo es un acto de honestidad, de desnudez, de diseccionarnos y mostrar tanto las tripas de la entrega como de la mezquindad que hay en ello, es también un acto reivindicativo de implantar nuestra voz y nombrar nosotros esas maternidades, lejos del mito impuesto en la cultura patriarcal. Por eso están escribiendo con tal fuerza, rabia, incontención, desgarro, descaro: “¿Qué clase de bondad hay en quien exige amor dando amor? Ninguna.”, “No parir, porque después de que nacen, la maternidad es para siempre”  (Brenda Navarro, Casas vacías);  “Hoy cumples un mes, Emilia, y desperté con una sensación de que ya no sé quién soy. O no lo recuerdo. O no lo volveré a ser. Ya no soy de mí.”, “¿Es esto la maternidad? ¿Batallas diarias por cosas insignificantes? ¿Todos los días?” (Daniela Rea, Mientras las niñas duermen); “Dar vida empezaba a producirme auténtico terror, sobre todo porque, para una madre, dar como quitar están demasiado al alcance de la mano.” (Gabriela Wiener, Nueve lunas). 

¿Cómo combinar maternidad y escritura durante la pandemia? ¿Cómo maternar desde el confinamiento? Reflexionando, hablando, escribiendo, compartiendo de maternidades lejos de esencialismos y mitos impuestos.  Y cuando nombremos al cansancio, cansancio; al vacío, vacío; a la pérdida de nosotras mismas al convertinos en madres, pérdida; al extravío, extravío cuando dedicamos nuestra vida a cuidar de otras y otros; y cuando temblemos ante el poder de dar y quitar vida; y cuando admitamos ante los demás que las maternidades son batallas diarias por cosas insignificantes y que esa maternidad es para siempre será un buen inicio para asumir la maternidad durante el confinamiento y más allá de él, hacia el pasado y hacia el futuro.

(Publicado originalmente en Revista Este País).

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