Ir al contenido principal

El childsplaining o la oportunidad de otros futuros


¿Existe el
 childsplaining? Estoy segura de haberlo descubierto durante este confinamiento, en que he tenido la fortuna de pasar más tiempo con mi hija de ocho años. 

Y creo que durante la pandemia se han hecho más patente estas explicaciones asertivas de niños y niñas, sobrepuestas sobre las convenciones de la adultez, justo porque el confinamiento ha generado, entre hijas, hijos, madres, padres y cuidadores, un espacio de verdad. Y si acaso nuestra generación marcará en la historia un salto cualitativo, será la instauración de la verdad intergeneracional: si en los años sesenta, la infancia sufrió un cambio en el sistema de valores, si en los ochenta las niñas y los niños irrumpieron socialmente como un grupo poblacional protagónico, en estos tiempos de pandemia habremos ganado un espacio compartido en la verdad.   

Como madres (y padres y cuidadores) siempre hemos escondido piadosa y selectivamente una parte de la realidad. Concretamente en México hemos ocultado —parcial o totalmente— la inmersión del país en la realidad del narcotráfico, del tráfico y la trata de personas, de desapariciones forzadas, de feminicidios, de fosas comunes repletas de cuerpos despedazados. 

Pero en esta tragedia no hemos podido negar ni invisibilizar la realidad bajo ninguna alfombra, ni con ninguna escapada al cine, ni con el encandilamiento de las luces navideñas. La pandemia está aquí, confinándonos, poniendo distancia entre miembros de una misma familia, con amistades, con maestras y maestros, con la simple vida cotidiana en sus rincones e itinerarios infaltables los fines de semana o al terminar las clases.

Está ahí el lavado constante de manos, el gel antibacterial, el cubrebocas, la sana distancia, la escolarización desde casa, el trabajo desde casa, las crisis económicas, las depresiones, la soledad, los muertos, los enfermos, los desahucios económicos.

Y nada podemos hacer por edulcorar esa realidad. Ahí está y tenemos que hablar con nuestras niñas y nuestros niños de lo que es una pandemia, los riesgos, los cuidados, por qué estamos confinados y cómo mantener ese resguardo implica un acto de solidaridad para no ser factor de contagio para los demás.

Este espacio de verdad compartido es un hito. Un quiebre histórico en el continuo familiar y social. 

Es una sacudida del verdadero sentido de la educación, de la relación entre madres, padres, cuidadores, hijos, hijas. Porque no se trata de una realidad que tengamos que reencauzar. Se trata de una realidad que siempre estuvo ahí, y ante la cual siempre debimos actuar como ahora.

Y de alguna manera, ante esa necesidad, nos habíamos inventado estrategias artificiales y efímeras, como “un día en la oficina de mamá o papá”, “papá o mamá visitan la escuela y nos cuentan en qué trabajan y qué hacen”, o los proyectos sombra entre becarios y mentores.

No hay proyecto sombra más efectivo y completo que éste en el que estamos: cada miembro de la familia compartiendo en el mismo espacio los quehaceres, los conflictos laborales, las dificultades de los respectivos oficios o del desarrollo escolar; todo concentrado en el día a día, a veces en la misma mesa de trabajo; todas las voces yuxtapuestas. No hay lugar para los heroísmos: los yerros, las omisiones, las debilidades, el desánimo, los fracasos, los miedos, la fragilidad; todo queda expuesto sobre la mesa, en un espacio de verdad. 

Otro espacio de verdad es la oportunidad única de convivir varias generaciones cada hora de cada día de cada semana de cada mes. 

María Montessori decía que el niño es el constructor del hombre. El childsplaining no sería más que el descubrimiento fascinante, desde la “mente absorbente” de la niñez, de esas verdades o evidencias que están ahí listas para ser percibidas. No es un acto de rebeldía, no es un acto de soberbia al querer imponer una verdad subestimando al interlocutor (como sucede con el mansplaining). Es el arrobamiento ante el descubrimiento de la vida. 

Tenemos ante nosotros esa condición educadora que Natalia Ginzburg recomienda en Las pequeñas virtudes (Acantilado, 2002): “es preciso que nos revelemos en este diálogo tal cual somos: imperfectos, confiados en que ellos, nuestros hijos, no se nos parezcan, que sean más fuertes y mejores que nosotros”. 

Si niñas y niños son constructores de las personas que serán, si las personas adultas estamos en perenne construcción, es más natural encontrarnos, dialogar y entendernos intergeneracionalmente. 

Estamos inmersos en una sociedad que se reúne en espacios virtuales para hablar, pero que no está dialogando. Porque nadie acude a ese diálogo pensando que su visión está inacabada y se va a completar de una mejor manera al entrar en contacto con las otredades que parten de esa misma visión inacabada y mejorable. Por eso hay tanta desesperanza. Porque la falta de diálogo no da claves para el futuro.

La pandemia nos ha llevado a un estadio oscuro, a una sensación de callejón sin salida, a un calabozo. Pero no podemos permitirnos como padres y madres cancelar la reimaginación del futuro. Desde un espacio de verdad, sin ficciones, porque “las ficciones son siempre deseducadoras”, dice Ginzburg.Desde ese lugar, nuestros niñas y niños se nos seguirán revelando como exponentes del childsplaining, y cada vez que sobrepongan sus explicaciones a nuestras verdades inacabadas, estaremos alentando diálogos, reimaginando futuros, abrazándonos a la vida a pesar de las realidades, en espacios de confianza y verdad.

(Publicado originalmente en Revista Este País).

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Cecilia, 13

"Inicia mi adolescencia", nos anunciaste. Y sí, aquí estás con toda ella: con sus preguntas, titubeos, con su riada sin presa alguna, con su belleza latiendo, sus risas incontenibles y sus lágrimas igual de irrefrenables. Llega con una letra bella y desprolija a la vez, con vocaciones más claras. Otro tono de voz, otro tono ante la vida. Más vulnerable quizá, pero más decidida a caminar. Más silenciosa e interna, y más vociferante en sus formas. Me emociona observarte, redescubrirte, tomar tu mano y decir: calma, no hay prisa; calma, nadie fuera de ti te enuncia y determina; calma, calma, hay tanto por descubrir, hay tanto tiempo por delante, tanto aprendizaje en el itinerario, tantos hallazgos y tesoros, aun aquellos disfrazados de ceniza o putrefacción. Calma. Que en tu corazón nadie hable más que tú. Que ante el espejo no hable nadie más que el amor con el que te creamos y trajimos al mundo. Que tu voz interior solo se hable a sí misma con la ternura y admiración con la...

Capomo

Alicia, la novia de mi hermano Martín , me invitó a montar. A pelo. Sin silla de montar. Yo era niña. Tenía quizá 10 años. Anduvimos por el monte, lleno de brizna seca, con el sol muy bajo y naranja. En el silencio montaraz, ella me cantaba "La flor de capomo", ¿la conoces?, me preguntó. Le dije que no, entonces me la cantó en mayo. Este es uno de los momentos más memorables en mi niñez. Tiempo después, en una fiesta en el campo donde había música en vivo, mi padre quiso complacerme con una canción. "La flor de capomo", pedí, y mi padre sonrió extrañado y orgulloso a la vez. Desde entonces, para él esa es mi canción. Sí, esa es mi canción. Nunca he visto una flor de capomo. Queda poca gente que la ha visto. La flor de capomo crece en los ríos. Y ahora el río yaqui y mayo ya están secos, por lo que la flor de capomo es ya casi mítica. La raíz es muy extensa y con muchos tentáculos. Es como un estropajo estirable que se clava muy superficialmente en la tierra. El t...

Warhol 2012-2024

Llegó siendo una bolita albina, con un pelaje tan suave que parecía lanugo. Mariana decidió llamarle Warhol. Le gustaba estar en las escaleras de entrada a la casa para tomar el sol. Quienes pasaban nunca entendían su nombre y le inventaban otros: pelusa, bolita, motita. Era imposible verlo y seguir de largo. Él nunca llegó para seguir de largo. Llegó en la adolescencia de Mariana para ser esa criatura a quien abrazar en la soledad, en el miedo, el desconcierto, la confusión, el desarraigo. Era un diente de león suave y frágil que se metía abajo de su cama. En esa recámara tan blanca como él. En esa página nueva tan blanca como él. Fue paciente en el año que Mariana que estuvo en el extranjero. Y entonces se convirtió en la mascota de toda la familia. Siempre presto a correr escaleras arriba, escaleras abajo; a girar sobre su eje como un derviche cuando se emocionaba. Nunca se fue de largo. Tampoco cuando se mudó con Mariana a su pequeño departamento en el jardín. Ese fue el r...